ANA MARTÍN ORTIZ DE ZÁRATE  |  Fotografía: Ana Martín

En la opinión de Virginia Woolf, una mujer solo necesitaba dinero y una habitación propia en la que escribir para poder sentirse completa. Muchas de estas mujeres estarían de acuerdo, porque en su época escribir era un oficio solo de hombres

¿Quién no ha oído alguna vez que detrás de Anónimo había una mujer? Todo parece lejano y se podría opinar que las mujeres ya están muy avanzadas en su lucha por la igualdad plena, pero hasta hace poco las escritoras se escondían en nombres masculinos para poder cumplir su sueño. Sus métodos: nombres de hombre, siglas o simplemente juegos de palabras.

Ejemplos de las autoras más conocidas

Para mujeres como Mary Ann Evans, Amantine Dupin o las propias hermanas Brontë estas prácticas no fueron desconocidas. Las dos primeras escribieron en su época bajo el alias George Eliot o George Sand; Evans llegó incluso a escribir un ensayo donde criticaba las novelas escritas por mujeres para así poder ser tomada en serio.

Charlotte, Emily y Anne Brontë se convirtieron en Currer, Ellis y Acton Bell. Estas identidades mantenían las iniciales de sus nombres originales. Aunque en el caso de la primera edición de Jane Eyre de Charlotte, figuraba como Anónimo

Otra mujer que se ocultaba bajo Anónimo era Mary Wollstonecraft Godwin (Mary Shelley). De esta forma su novela Frankenstein llegó al mercado, aunque su fama fue injustamente adjudicada a su marido, el poeta y filósofo Percy Bysshe Shelley. 

La práctica de ocultar la identidad en siglas fue la clave para publicar que usaron Lucy Maud Montgomery, autora de Ana de las Tejas Verdes, o Louisa May Alcott, que para obras más oscuras y adultas buscaba alejarse de la imagen de Mujercitas y empleaba A. M. Barnard.

Puede creerse que esto ocurrió en el siglo en el que escribieron estas obras, pero en pleno 1997 otra mujer tuvo que aceptar ese camino: Joanne Rowling, que sería conocida como J.K. Rowling. ¿El motivo? Que los editores defendieron que nadie compraría un libro de fantasía escrito por una mujer.

Los pseudónimos no solo se limitaron a ser de hombres, mujeres como Jane Austen o la reina del misterio Agatha Christie también ocultaron su identidad. Las formas son más curiosas que las de las anteriormente mencionadas. Austen recurrió a firmar ‘By a Lady’ su primera obra, Sentido y Sensibilidad. Más adelante, cuando llegó Orgullo y Prejuicio, pasó a firmar con la fórmula ‘By the Author of’.

Y por último se encuentra Sylvia Plath. En su caso publicó con su nombre pero, tras su suicidio, su marido, Ted Hughes, se volvió su albacea y aquí es donde está el problema. Ariel, obra póstuma de Plath, contó con la intervención de Hughes, del mismo modo que sus diarios. A pesar de que Sylvia dejó marcados los poemas que compondrían este libro, él los alteró al quitar algunos e incluir otros que habían sido desechados por la autora. Así que, aunque ella no recurrió a los pseudónimos, un hombre marcó sus obras.

Todas ellas están marcadas por ese fantasma que nos persigue hasta la actualidad: el machismo y el no ser tomadas en serio por ser mujeres.