AITANA BRUSA SAFIGUEROA | Fotografía: Aitana Brusa
La ciudad de Valladolid actual está construida sobre los cimientos de la antigua. Esto es, al menos, lo que defendió el catedrático Eduardo Antonio Carazo Lefort la semana pasada durante su intervención en el II Curso Internacional aprender a historiar. Bajo el pavimento de la ciudad que pisamos a diario, se esconde toda una historia de ejércitos, revolución industrial y la expansión de una urbe prometedora.
Eduardo redescubrió la ciudad que se oculta bajo la actual, remontándose al pasado histórico de Valladolid. Su conferencia abarcó, cronológicamente, el recorrido desde el origen medieval de la ciudad hasta su incursión en el siglo XX, aunque hizo una pequeña puntualización técnica. La formación medieval construida al rededor de la Plaza del Rosarillo, nada tiene que ver con la que poco después se abriría paso con la llegada de los astures y los francos, y posteriormente, con la aparición de la clase burguesa.
Valladolid era una «gran ciudad», según el catedrático, tan solo por debajo de grandes de la época como Sevilla (puerto de Indias). Pero tuvo que enfrentarse al problema de la «pérdida masiva de población» en tan solo doscientos años. La gran ciudad construida y diseñada para albergar un gran número de habitantes se quedó vacía. Las plazas y calles habían acogido a tan elevado número de vecinos que ahora el vacío que se generaba hacia que la ciudad pareciese incluso más despoblada.
Con la llegada del ejército francés se implantó un nuevo modelo urbano que propició numerosos cambios, pero también destrozos, ya que proponían un nuevo modelo mucho más higiénico adaptado a la época. A este modelo se sumó la nueva clase que se constituía con fuerza en estos años: la de los burgueses. Así, se abandonó la ciudad antigua, se introdujo el ferrocarril para conectar el norte y sur de la ciudad, se fomentó la desamortización, la expropiación y la alineación del tejido arquitectónico. «Estas nuevas introducciones afectaron a toda la ciudad», señaló el conferenciante, que comenzó a verse, por los burgueses, como un «medio económico» del que sacar provecho, pasando a ser una mercancía y destruyendo por completo, como consecuente, el plano antiguo. La destrucción del centro histórico denota cómo la ciudad que se quiere tiene pocas similitudes con la que es, y por lo tanto se construye encima de la que ya existe, reformándola desde dentro. Entonces los antiguos habitantes de Valladolid se plantean el ensanche, la alineación y la gran apertura de su ciudad a través del tejido histórico. Se construyen edificios como el teatro, sobre lo que fue un gran palacio sin importar perder la parte de historia que éste suponía. Otros, como el caserío medieval y por poco la Iglesia de la Vera Cruz, fueron demolidos con el fin de crear calles más anchas para los carruajes, abriendo una nueva vía de tráfico. El monumento cobra valor a la vez que el patrimonio urbano lo pierde. Esto, según Carazo, supone «la destrucción del patrimonio» para que los monumentos estén lo suficientemente aislados para su plena contemplación y disfrute.
Todo este conocimiento de la historia arquitectónica vallisoletana es posible gracias al uso de distintos métodos y técnicas, como la reconstrucción virtual de los planos, edificios y monumentos desaparecidos. A través de la cartografía cronológica y dibujos puede llevarse a cabo esta reconstrucción, según explicó el conferenciante. Aunque aún quedan vestigios de lo que fue Valladolid, esta destrucción, como él dice, se gesta en el siglo XIX y materializa en el siglo XX pero es aún hoy cuando «no se tiene ninguna consideración con la preservación de la antigua arquitectura», introduciendo elementos tan comunes como el parking, en un sitio donde se rompe con la armonía arquitectónica de su alrededor. Al final, la ciudad enterrada no tiene el mismo valor que la que se edifica sobre ella.