Alba Calle Pérez | Fotografía: Pixabay
La publicación de LUX, el último proyecto de Rosalía, ha vuelto a encender la maquinaria del marketing cultural. Una vez más, los titulares se llenan de su nombre, las redes se inundan de análisis improvisados y parece que no existe otro tema del que hablar. Y aunque nadie duda del talento de la artista, empieza a resultar agotador que cada movimiento suyo se convierta en un acontecimiento universal, como si no hubiera más propuestas culturales dignas de atención.

El único fenómeno
Lo que más sorprende no es la expectación, sino el modo en que se construye. Se habla de LUX casi como si fuera un fenómeno único en la historia reciente, cuando en realidad sigue la misma línea que caracteriza a gran parte de la industria: una mezcla atractiva de idiomas, una estética calculadamente extravagante y una estrategia de promoción que lleva meses preparándose. Nada de eso es malo por sí mismo, pero sí es preocupante que se repita sin cuestionamiento, como si cada gesto de Rosalía fuera una revelación y no una decisión artística más dentro del mercado.
Lo que debería ser una conversación normal sobre música acaba convertido en un espectáculo publicitario. Los medios se apresuran a subrayar lo innovadora que es su mezcla de lenguas, cuando otros artistas han trabajado con varios idiomas durante años sin recibir ni una fracción de la atención. Lo mismo ocurre con la extravagancia visual: se presenta como si solo ella se atreviera a experimentar, cuando ese espíritu es común entre muchos creadores que quedan fuera del foco mediático.
Rosalía como centro de gravedad cultural
Es precisamente ese desequilibrio el que empieza a cansar. No porque Rosalía no merezca reconocimiento, sino porque se ha instalado la idea de que todo debe girar en torno a ella. Su figura se ha convertido en un centro de gravedad cultural que eclipsa otras propuestas igual de valiosas, pero sin la maquinaria publicitaria que las impulse. Y al final, esa concentración de atención no beneficia a nadie: ni a los artistas emergentes, ni al público que termina recibiendo una visión muy limitada del panorama musical.

Quizá sería momento de bajar el volumen del fenómeno Rosalía y escuchar también lo que ocurre fuera de ese ruido. La música está llena de voces diversas, de ideas nuevas y de experimentos que no necesitan del brillo extremo ni de campañas gigantes. LUX puede ser un proyecto interesante, pero no debería convertirse en la única conversación posible. La cultura se enriquece cuando hay espacio para todos, no cuando un solo nombre ocupa hasta el último titular.










