PAULA REBOLLO ANDRADE | Fotografía: Paula Rebollo |
La UNESCO celebró el Día de las Matemáticas el pasado 14 de marzo. Mi relación con esta materia siempre ha sido difícil: a pesar de superar los exámenes, nunca he sentido ningún agrado hacia ellas. Sobre todo, creo que lo que más me molestaba era la monotonía de completar una y otra vez ejercicios prácticamente idénticos y que me hacían creer que estudiaba una materia sin creatividad. Por eso, cuando la escritora Raquel Brune recomendó La fórmula preferida del profesor, me pregunté si esos libros a los que tanto quiero podrían ser la forma de restaurar mínimamente mi relación con esta disciplina.
Se trata del título más conocido de Yoko Ogawa, una escritora japonesa que con él consiguió distinciones como el Premio Yomiuri o el Premio de la Sociedad Nacional de Matemáticas. La edición de Funambulista, además de aportar un cierto encanto al librito gracias a su formato cuadrado, destaca que en dos meses se vendieron un millón de ejemplares.
La fórmula preferida del profesor plantea la magia que tienen no solo las Matemáticas, sino también esas singulares conexiones con personas a las que no pensábamos llegar a estar tan unidos. Al menos, así sucede con la relación que entablan una empleada de la limpieza y su hijo pequeño con un profesor de Matemáticas un tanto peculiar. Y es que un accidente de coche es la causa de que su memoria solo retenga los últimos 80 minutos vividos. En una situación tan extraña, la protagonista y su niño de 10 años irán integrando en su rutina al anciano docente al tiempo que él introduce en sus vidas la belleza de las Matemáticas.
“El profesor”, como es denominado en las páginas de Ogawa, se erige como un personaje que despierta una simpatía inmediata: desde el cariño que prodiga al niño (al que bautiza como Root, “raíz cuadrada” en inglés) hasta su pasión por los números (que le indican la primera impresión sobre un extraño), esa figura que siempre viste la americana repleta de notitas que le recuerdan lo importante… se hace inolvidable. El lector no pasa por alto que posee el invisible poder de esos escogidos maestros que logran transmitir interés por lo que imparten y que, así, acaba componiendo “la familia elegida” de esa madre soltera y su hijo.
Jamás habría pensado que me interesaría indagar más sobre la definición de los números gemelos o el número primo de Mersenne y, sin embargo, este libro de ritmo pausado y nunca pesado lo ha conseguido. Ogawa me ha permitido intuir una ínfima parte del esfuerzo que se esconde tras cualquier hallazgo matemático y asentar la percepción de que ninguna idea supone un fracaso. Asimismo, ha logrado reconciliarme con aquellos profesores que trataron de mostrarme la belleza de unos números a los que por tozudez nunca presté la atención merecida.
No existe ninguna solución mágica para amar algo que nos es indiferente, pero sí es cierto que La fórmula preferida del profesor, de Yoko Ogawa, modifica la imagen que te has representado de las Matemáticas. En especial, su mayor logro reside en lograr que te lo replantees sin dejar de lado una prosa altamente cuidada y una historia verdaderamente entrañable.