MARIA GARCIA BAUSELA | Fotografía: Pixabay |
Los estudios electorales demuestran que el votante se decide cada vez más tarde, por lo que estos debates pre-elecciones juegan un gran papel para consolidar el voto.

En estos enfrentamientos verbales los votantes no buscan un partido ganador del debate al que votar, si no reafirmar su posición o resolver sus dudas. El CIS preguntó, en su barómetro postelectoral de las elecciones generales de 2011, sobre el cara a cara de Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba. En este solo el 1,3% de los encuestados admitió que cambió su decisión de voto, mientras que al 3% le ayudó a terminar de tomar su decisión y al 8,7% le animó a ir a votar.
Por otro lado, en las elecciones generales de junio de 2016, el 10% de los encuestados resolvió sus dudas la semana antes de los comicios. Y el 7% se decidió el día de las votaciones. Lo que hace que se resuelvan estas dudas no es la confrontación en televisión, si no la exposición de los fuertes y los defectos de cada partido que causa la reflexión personal.

Un ejemplo de esto es la agresividad que mostró el candidato de Ciudadanos, Albert Rivera, en el debate antes de las últimas elecciones generales. Esta actitud debida a que su partido es el que tiene más indecisos y su principal duda es votar PP o Ciudadanos. Por ello la mayor parte de sus críticas iban dirigidas a Pablo Casado. En contrapunto a esto, los líderes de PSOE y PP, que tienen unos votantes más constantes, dirigieron sus discursos a consolidar sus ideas. El candidato que usó el debate como un cambio de imagen fue Pablo Iglesias, que trató de enmendar su estrategia radical de 2016, lo que le hizo perder un millón de votos.
Pasados los debates la parte de la población que se encontraba dubitativa apenas bajó un 12%, situándose en el 30%. Un cambio mínimo en comparación con el cálculo que hizo el CIS un mes antes y que lo situaba en el 42%.
Pese a que varios estudios indican que las encuestas no cambian después del debate, la influencia que tienen en el voto aún no está clara. Por lo que los partidos se dedican a fondo a medir cada uno de los pasos de sus candidatos a la presidencia. Estudian los turnos de intervención, las horas de llegada al plató de televisión, los bloques temáticos de discurso o, incluso, el color de su camisa.