DANIEL CABALLERO DE PAZ | Fotografía: Pixaby
Hace casi dos años, cuando Marina me dio la posibilidad de convertirme en el director de este medio, compartí la noticia con gran alegría con uno de los periodistas más prometedores y uno de los que más admiraba que quizá haya conocido, y sé que en mi fuero interno, un referente de lo que hacía: Miguel Li.
A menudo, el aliento viene de las personas menos esperadas: padres, compañeros y compañeras, amigos y amigas, profesores. La gente en la que uno confía, tan acostumbrados estamos al apoyo que recibimos que nos cuesta un poquito valorar la importancia que tiene para que nuestros techos no caigan de lleno; son los pilares que sostienen el muro.
En esos momentos, Miguel me dio un montón de ideas de partida, entusiasmado por aportar su granito de arena, algunas bestiales, otras un poco más flojas, pero reflejando esa esencia del periodista que sigue enamorado de su oficio. Cuando él nos dejó, de no ser por los ánimos de muchísima gente, quizá hubiese echado todo por tierra. Es probable que incluso hubiese dejado la carrera, pero una pequeña muestra de afecto de las personas, un abrazo, unas palmadas de aliento en la espalda, quizá cosas que muchos dan por hecho, un «tú puedes, no te rindas», me hizo darme cuenta de que todos y cada uno de nuestros compañeros de penurias universitarias cuenta con un valor inmenso que ni cientos de horas de trabajo podría comprar, y que todavía quedan cosas por las que luchar.
Y una y otra vez, incluso en los momentos más bajos en que a uno le dan ganas de dar un portazo y mandarlo todo a la mierda, me doy cuenta de que la magia de esta bella carrera no reside tanto en los manuales de estilo, ni en el reel mejor hecho o la mejor puesta en escena (aunque son importantes para desempeñarnos, son como el destornillador al ferretero), sino en su corazón, su núcleo central: la empatía. Porque sin comprender a las personas no se puede hablar de ellas. Puedes conocer el amor visto desde fuera, pero, ¿quién podrá describir el amor si no sabe cómo se siente? ¿Quién puede acaso trasladar, en una situación en la que todos sienten, el apremio, la necesidad de solidarizarse?
El periodista ha de ser objetivo, dicen muchos, claro que debe serlo, pero no por ello inhumano, no huir de las emociones, de los sentimientos, repudiarlos, minimizarlos, convertirlos en un elemento de análisis más en la historia, el objeto de estudio de un meticuloso observador imparcial, muy en la línea del Doctor Manhattan, sino apreciando lo mucho que las emociones pueden enriquecer cómo entendemos la historia, cómo las retaguardias pasan a convertirse en protagonistas, empaparse de ellas siguiendo el ejemplo de grandes trabajadoras del oficio como Alexievich, ahondando en la influencia directa de la historia sobre la gente real, no aquellos famosos de cortapega que construye la televisión comercial día sí y día también; no.
Y quizá la fe en este ideal adquirido con el paso de las semanas y los cuatrimestres, me ha hecho encontrarme por el camino a gente brillante, maravillosa, capaz de todo, que en cambio muchas veces se ha sentido abatida por el peso de las responsabilidades, los problemas personales y las notas, esos números que a la larga no definen el valor de nadie; veo cómo cada día, sin embargo, compañeros y compañeras con ojeras del tamaño de cráteres lunares aparecen por la puerta de clase y siguen sonriendo, haciendo humor de las malas rachas y convirtiendo una marisma de pesados pero muy necesarios apuntes en un lugar un poco más cálido en el que seguir creciendo como profesionales… y también, si se permite añadirlo, como personas. El inmortal café con los «Choco Buns» traído directamente para desde la cafetería, último reducto de la batalla frente al tedio académico, la agenda falta de hojas para cubrir compromisos, el portátil repleto de pegatinas a punto de explotar entre un océano de .docx, .pdf, y algún que otro .pptx estallando contra las colinas de la cordura (para quienes lo sigan usando, claro), esos grupitos inseparables, los chistes, y el chat de clase bregando porque llegue el próximo jueves y todo pueda desmadrarse un poquito para no perder la cordura. Y todo ello, porque hay un sueño común: el sueño de llegar a ejercer esta profesión tan bonita, y a la vez tan tortuosa. Que no se pierda nunca el extraño encanto que guardan estos momentos de carrera; y como estudiante veterano y periodista aún en construcción, considero que esta es la verdadera esencia, el alma de nuestro paso de iniciación en el mundillo. Tarde o temprano, muchos acabaremos echando de menos la universidad, con sus más y sus menos.
Pero en este tránsito por la magia del periodismo en esta pequeña universidad de Valladolid, la verdadera esencia, el verdadero núcleo obedece a aquello que dijo Kapuszcinsky: «Para ser un buen periodista, primero hay que ser una buena persona». Y, qué demonios, no rendirse por amor al arte tiene muchísimo valor. Levantar la cabeza y decir, voy a ser un gran periodista, tiene muchísimo valor. Soñar a lo grande, y creer que el mundo puede avanzar, de algún modo y entre tanto caos, a mejor, tiene muchísimo valor. Tenderle la mano al compañero, a la compañera que nos necesita, rompiendo esa absurda idea de que pisarse unos a los otros para ganar tan lastimosamente arraigada entre quienes malentienden el periodismo, traerá a la larga algún beneficio más allá de un plus a la reputación vacía (más bien como el oxígeno convertido en oro del que tanto habla la termodinámica), tiene mucho valor. No dejar a nadie atrás, tiene mucho valor. Entender que ponerse frenos imaginarios a uno mismo nos limita, tiene mucho valor. Eso, Miguel lo sabía muy bien.
Aquí nos encontramos, un año más, probablemente el último en la carrera de muchos antes de poder esgrimir el diploma y decir: «lo conseguí», con lágrimas en los ojos y una sonrisa de oreja a oreja; otros, simplemente, aventureros que comienzan a adentrarse en los resquicios de uno de los oficios más bonitos del mundo y todavía tienen toda la carretera por delante.
Con todo esto, y sin querer extenderme más, quiero dar comienzo al nuevo ciclo de Inform@UVa para este año 2025-2026 (con las navidades a la vuelta de la esquina, sí señor), y, ante todo, el mayor de los agradecimientos a toda la gente que queriendo o sin quererlo, contribuye a que sigamos teniendo esperanzas en que el periodismo de verdad, el periodismo humano, aún no está perdido.
¡Feliz comienzo de ciclo!










