Lorena Arias Duque
Sabido es que «lo que no se cuenta no existe». Por eso la cobertura mediática es el puente fundamental entre las personas y la realidad. Las guerras, como cualquier otro suceso, precisan de informadores que las presencien y las narren para el resto del mundo. Pero relatar el horror puede tener un coste impensable.
Doble riesgo: físico y mental
A 27 de noviembre de 2023, RTVE anunció que, en 23 días de conflicto, se registraron en Gaza 26 periodistas muertos. Es decir, uno o más de uno falleció al día. En la actualidad, Reporteros Sin Fronteras (RSF) contabiliza 103 reporteros asesinados en Gaza, y ha calificado la guerra como «una de las más mortíferas para los profesionales de la información».
En las costas del Mar Negro, donde tiene lugar la otra gran contienda del momento: Ucrania, un informe que RSF expidió a 40 días del inicio de la guerra contaba ya 5 periodistas muertos y 35 heridos. En febrero de este año, el Sindicato Nacional de Periodistas Ucranianos (NSJU) anota al menos 16 reporteros de guerra fallecidos durante el ejercicio de sus funciones desde el estallido del conflicto, hace ahora dos años. Por su parte, RSF registra que, de estos profesionales, más de 100 han sufrido agresiones físicas, amenazas, encarcelamientos o desapariciones.
Además del riesgo físico, existe una importante carga mental para los reporteros de guerra que, con frecuencia, es el mayor peligro. Se habla de ‘estrés por compasión’ o, en ocasiones, de ‘trauma vicario’, un estado de turbación mental causado por el estrés que generan a una persona los problemas de otra. Esto ocurre a muchos periodistas ligados al trato de sucesos o conflictos, al estar expuestos a catástrofes humanas o situaciones desesperantes, y las secuelas que puede dejar no son un asunto menor para su salud.
El peligro no es el mismo para todos
A pesar de que todos los periodistas de guerra corren múltiples riesgos en el ejercicio de su profesión, no todos enfrentan las mismas situaciones ni en las mismas condiciones. Un ejemplo claro – del que quizá no se habla lo suficiente – es la desigualdad entre periodistas hombres y mujeres. Según datos de RTVE, el 36 % de las mujeres reporteras considera arriesgado informar desde su propio país. Y es que, en su caso, a la peligrosa condición de ser periodista hay que añadirle la peligrosa condición de ser mujer, especialmente, en países de estricto régimen patriarcal y discriminatorio.
La corresponsal de guerra española Natalia Sancha ha dedicado casi toda su carrera a la cobertura en Oriente Medio, donde informó de la expansión del Estado Islámico. Sancha asegura que, por entonces, la preocupación de sus compañeras respecto a su seguridad era mayor que la de sus compañeros varones: «Los hombres tenían miedo de que les cortaran la cabeza; nosotras, de que nos violaran y nos cortaran la cabeza».
Es evidente, pues, la magnitud de los riesgos de esta profesión, que a pesar de todo es tan necesaria para la democracia y la libertad de las personas.