DANIEL MANGAS DIEZ | Fotografía: RTVE
Europa es considerado como un oasis de libertad y democracia dentro de un mundo cada vez más dominado por las guerras y las desigualdades. No obstante, esta denominación es cierta hasta cierto punto. Dentro del continente europeo se sitúa Bielorrusia, una república exsoviética gobernada por Aleksandr Lukashenko desde el año 1994. Estos casi treinta años en el poder, sumados a la situación política y social que atraviesa el país, hace que muchos politólogos denominen a Lukashenko como “el último dictador de Europa”.
La Republica de Bielorrusia declaro su independencia de la URRSS en el año 1991. Durante los primeros años de independencia y hasta la aprobación de la constitución, el presidente del Soviet Supremo cumplía las funciones de jefe de Estado y jefe de Gobierno. Las primeras elecciones presidenciales tuvieron lugar en el país de Europa Oriental en el 1994.
Estas primeras elecciones dieron como vencedor a Aleksandr Lukashenko en primera vuelta, tras vencer al primer ministro bielorruso de aquel entonces, Viacheslav Kébich. Por lo tanto, Lukashenko se convirtió en el primer presidente de la Republica de Bielorrusia. Desde entonces, ha derrotado en primera vuelta a todos los candidatos que se han presentado hasta la actualidad. De esta manera, observadores internacionales, potencias occidentales y partidos de la oposición, han impugnado los resultados por no cumplir con los estándares democráticos.
RUSIA COMO PRINCIPAL ALIADO
Una de las claves del mantenimiento de Lukashenko en el poder ha sido su buena relación con Rusia. Bielorrusia ha contado con el respaldo de Moscú desde la era de Boris Yeltsin. Además, ha continuado desde que Vladimir Putin está en el poder. El principal apoyo con el que ha contado Bielorrusia ha sido en materia económica y militar. Esto ha facilitado que Lukashenko se haya mantenido en el poder durante casi tres décadas.
Mientras que el resto de las repúblicas ex soviéticas europeas se han ido acercando a Occidente, entrando en organismos como la UE o la OTAN. Como ha sido el caso de los países bálticos que forman parte de estas instituciones, o Georgia, Moldavia y Ucrania que están en proceso de unirse. Por otro lado, Bielorrusia se ha acercado lo máximo posible a su vecina Rusia en un intento de alejarse de la “amenaza extranjera” que suponen los valores occidentales.
Las primeras elecciones consideradas por la comunidad internacional como manipuladas tuvieron lugar en el año 2001. Dicha cita electoral dio como resultado la victoria de Lukashenko con el 75% de los votos. Tras estos comicios, Lukashenko aprobó una norma para suprimir el límite de mandatos en 2004. Por lo que pudo volver a presentarse a las elecciones de 2006, donde volvió a conseguir la victoria.
Las acusaciones de fraude estuvieron acompañadas de denuncias de la oposición por detenciones y la represión. La llegada del siglo XXI supuso la búsqueda de numerosas organizaciones bielorrusas de intentar conseguir un cambio de rumbo para el país. Su principal objetivo era alejar a Lukashenko del poder y así avanzar hacia una democracia real. La represión continua durante los siguientes comicios celebrados en 2010 y 2015. Dichas elecciones dieron como resultado el exilio de muchos opositores que tuvieron que abandonar el país por miedo a la represión.
EL INICIO DE LAS REVUELTAS DE 2020
El año 2020 fue protagonista del inicio de la denominada “revolución de las zapatillas”. Cientos de miles de bielorrusos salieron a las calles para protestar contra el Gobierno de Alexsandr Lukashenko. Estas protestas se fueron desarrollando antes, durante y después de las elecciones en las que el presidente bielorruso pretendía revalidar el cargo por sexta vez consecutiva.
Estos comicios dieron como vencedor a Lukashenko con el 80,2% de los votos, sin embargo, las encuestas electorales vaticinaban un escenario completamente distinto. Como en años anteriores, observadores internacionales consideraron estas elecciones como fraudulentas.
Estas manifestaciones comenzaron antes de las elecciones. No obstante, se endurecieron una vez se conocieron los resultados finales. La dura represión del gobierno contra los manifestantes fue clave, más de 6700 manifestantes fueron encarcelaron y varios de ellos asesinados. Las protestas se fueron expandiendo a lo largo de todo el país, ya no solo tenían lugar en Minsk, capital de Bielorrusia. Además, las mujeres tomaron la iniciativa y comenzaron un movimiento caracterizado por ir vestidas completamente de blanco y regalar flores blancas a los policías.
Estas concentraciones no supusieron un cambio en la hoja de ruta del gobierno de Lukashenko, quien sigue gobernando el país de Europa Oriental. Las líderes de la oposición, Svetlana Tijanovskaya, Maria Kolesnikova y Veronika Zepkalo siguen en el exilio, desde donde llevan a cabo sus políticas. Muchos politólogos consideraron que estas protestas tuvieron muchos paralelismos con las del euromaidan ocurridas en la vecina Ucrania. Dichas protestas supusieron un cambio en las relaciones de Ucrania con Rusia y un mayor acercamiento a la Unión Europea y occidente.