SANDRA SORIA ALONSO | Fotografía: Manuel de la Fuente |
El reloj marca las cuatro de la tarde y los alumnos de Periodismo aguardan en la sala de espera. Un salón virtual que da paso a la visita de Ana Palacios, por motivos de aforo en relación con la pandemia. Tras un par de minutos, la charla comienza con algunos problemas de sonido. Pronto desaparecen estos fallos y la anfitriona empieza el relato intrigante de su historia.
‘Me encargo de la parte ensombrecida por los medios de comunicación’
Pero, primero se remonta a los antecedentes de su profesión. Ella no quería ser fotógrafa, tampoco periodista. Palacios era una apasionada del cine de espectáculo, por lo que se marchó a estudiar a Los Ángeles, cuna de la industria cinematográfica. Allí empezó su carrera profesional en la producción y logística de grandes superproducciones. Trabajó con Ridley Scott como director y con algunos actores como Orlando Bloom, Clive Owen o Liam Neeson. A través de la pantalla se refleja el desconcierto de la fotoperiodista por el presupuesto del que disponían. Ella gestionaba los viajes, hoteles, vestuarios y situaciones de lo más pintorescas. ‘Era un despilfarro de dinero’, comenta.
Las excentricidades tocaban la puerta de la coordinadora de producción hasta que traspasaron su barrera ética. La estupefacción ante tanto derroche es notable en su voz. De pronto, se transforma en una expresión más sosegada que abre las puertas de una historia completamente distinta. Un cambio radical en su forma de mirar la vida. Como un día cualquiera, en frente de la televisión, Palacios vio la imagen de una joven sordomuda, coordinadora de la Fundación Vicente Ferrer en La India. Según narra, transmitía felicidad por todos sus poros y le contagió esa luz. Pensó entonces que podría ayudar en el país asiático como voluntaria.
Al día siguiente, decidió embarcarse en una nueva aventura. Contactó con unas monjas para apuntarse a un voluntariado en La India, durante tres meses. Imaginaba que iría para ayudar con trabajos de ayuda humanitaria, pero las organizadoras le pidieron que aprovechase su formación como periodista: ‘Ven, lo ves y lo cuentas’, le dijeron.
‘Ven, lo ves y lo cuentas’
Una vez allí, documentó un orfanato situado en un slum, un asentamiento alrededor de las grandes ciudades. Sacaba fotos a todo lo que veía. ‘Era como una francotiradora’, afirma. Pero lo que marcó un punto de inflexión para ella fue la imagen de un niño desnudo que padecía poliomelitis y se encontraba atado dentro de una casa. Palacios puso el grito en el cielo, pero enseguida le explicaron el contexto de la situación. Sus padres estaban trabajando para poder llevar algo de comida, el niño estaba desnudo por el calor y se encontraba sujeto del brazo con el fin de que no se dañara con los objetos de la casa.
Continúa su historia por el fotoperiodismo humanitario con orgullo. ‘Es importante filtrar la realidad’, comenta. La periodista se dio cuenta entonces de que ‘enseñar fotografías y contar historias cambia la vida de la gente’. Muchas personas financiaron la operación de Rajú, el niño de la fotografía, después de que sus fotografías les impactaran por su carga social.
Palacios: ‘Enseñar fotografías y contar historias cambia la vida de la gente’
El mundo de la cooperación es el germen de lo que lleva haciendo los últimos once años. Sin embargo, explica que en este mundo hay sonrisas a la vez que lágrimas. ‘No hay que simplificar’, aclara. La invitada explica la importancia de transmitir una realidad más plural. Con 37 años, Palacios decide profundizar en el rostro del periodismo más humano. Compagina entonces el cine y la fotografía durante cuatro años, hasta que decide dedicarse por completo a la fotografía y el documentalismo.
Continúa entonces narrando su próximo proyecto personal. El destino al que se dirige es Tanzania, para fijarse en los problemas con el cáncer de piel. Además, es la región con más incidencia de albinismo. Como si de una novela de brujería se tratara, ella esclarece que allí los albinos son considerados hijos del demonio. Cuesta asimilar esta creencia tan descabellada entre la clase. La ponente añade que ‘algunas tribus todavía los matan al nacer’.
Ana Palacios: ‘En Tanzania hay cuarenta millones de habitantes y solo siete dermatólogos en todo el país’.
Se fija en la concienciación de la población y la protección de los niños albinos. Aquí hace una pequeña pausa, aparentemente para recuperar su voz de nuevo, pero con el fin de subrayar algo destacado: ‘Hay una línea entre la dignificación de las personas y el sensacionalismo’.
En este punto, presenta su proyecto a través de una exposición y un libro, Albino. Entusiasmada con su trabajo, destaca que un medio debe mostrar los 360º de la realidad, no puede decidir lo que el lector quiere o no ver. ‘Eres tú quien decide’, añade.
Para su segundo proyecto, Palacios acude a la África subsahariana en busca de otra nueva historia esperando para ser contada. En esta zona del continente es más común la práctica de la esclavitud. En las zonas rurales, los padres venden a sus hijos a cambio de algo de dinero. Los niños, normalmente, acaban por escaparse de esos dueños. Este sistema deja secuelas físicas y psicológicas, lo que refleja Palacios en su cronología documental. La misma que cierra la historia con el traslado de los jóvenes a centros de acogida o de vuelta con sus padres.
Atormentada, Palacios explica que la esclavitud concentra el tráfico de órganos, la mendicidad o la prostitución, entre una larga lista de consecuencias. ‘Fue muy difícil este proyecto visualmente’, agrega. La idea es contar la historia para concienciar sobre el cuidado de los niños y el derecho a la escolarización, así lo titula Niños esclavos, la puerta de atrás.
El último de sus encargos que plantea, con cierto descontento, sitúa la experiencia en el Amazonas, en la frontera entre Brasil, Colombia y Perú. Lugar donde los nuevos gobiernos llevan a cabo políticas en contra de las comunidades indígenas. Tan solo pudo permanecer allí 10 días. Añade que son lugares en los que hay corrupción, trata de blancas y mucho tráfico ilegal.
Ana Palacios: ‘Las fronteras son el caldo de cultivo para que todo se multiplique exponencialmente’.
La fotoperiodista termina su exposición recomendando a los alumnos lo más importante para desarrollar su profesión: ‘Esfuerzo, dedicación, constancia, pasión y un poco de suerte. Si consigues el unicornio azul, mucho mejor. Es decir, el fotón’.