IRIS LEÓN ANTOLÍN | Fotografía: Wikipedia
A mediados del siglo XIX el romanticismo empezó a decaer en todos los ámbitos las artes. Sin embargo, inspiró a los movimientos posteriores. Antes, el epicentro en el ballet fue Francia, después sería Rusia, que ya contaba con una gran tradición en este baile. Asimismo, la moda del orientalismo y el creciente interés por el folclore europeo influyó mucho en las grandes obras de esta época. Así se formó la época del Grand Ballet Ruso, la cual tendrá gran influencia hasta principios del siglo XX.
Además, a finales del siglo XIX, las grandes compañías empezaron a hacer giras mundiales por Norteamérica, Centroamérica y Suramérica (siendo de las primeras giras a escala mundiales que se hacían). Este evento provocó un gran interés y extensión mundial por el ballet europeo y sus prestigiosas figuras.

Principalmente, este tipo de ballet se caracteriza por incorporar a las coreografías elementos de la danza rusa como el Kazachok, vestimentas inspiradas en las folclóricas eslavas. Asimismo, las narrativas de los bailes provenían de leyendas populares de su tierra tales como El príncipe Ígor, aunque a veces también tenían origen en cuentos populares de Europa del Este como la Bella Durmiente o, inclusive de España como Don Quijote.
Tchaikovsky fue el compositor más destacado por crear la mayor parte de las obras más conocidas de este ballet: el Lago de los cisnes, La Bella Durmiente, Don Quijote, Cascanueces… No obstante, no fue la única figura importante en este ámbito. En 1909, Sergei Diaghilev; comerciante ruso, visita París con los mejores bailarines del Ballet Imperial del Teatro Mariinski de San Petersburgo. Gracias al nuevo concepto que traían y a sus novedosas historias, las compañías rusas revolucionaron el ballet europeo. Las principales obras que destacaron durante los veinte años de influencia rusa fueron: El príncipe Ígor (1890), El pájaro de fuego (1910) y Petrushka (1910-1911).

Obras Magnas
El príncipe Ígor es una ópera de cuatro actos creada por Aleksandr Borodín. Debido a su muerte en 1887 esta quedó incompleta, pero se pudo estrenar póstumamente en 1890. A pesar de ser una ópera y no un ballet como tal, fue de las primeras en incorporar las «danzas polovtsianas», que luego se difundieron por Europa siendo el símbolo característico del ballet ruso en aquel momento. La historia se inspira en un poema épico del siglo XII, que a su vez coge partes del Cantar de las huestes de Ígor. Parecido al Poema del Mío Cid en España, este cantar recoge la campaña del príncipe eslavo Ígor Sviatoslávich contra las tribus invasoras de sus tierras en 1185.
El pájaro de fuego es un ballet en un acto y dos escenas. Fue uno de los que se crearon en colaboración con Francia, por lo que fue estrenado en la Ópera de París. Su historia se inspira en la leyenda rusa del mismo nombre, pero también podría ser un símil del fénix de la mitología clásica europea. La trama se centra en el reino mágico de Kastchei, en donde el Príncipe Iván se encuentra con el pájaro de fuego. Este le lleva hacia unas princesas robadas. El príncipe Iván se enamora de una de ellas, pero para liberarlas tendrá que luchar contra el maléfico mago.










