ALBA MIERES NAVEIRAS | Fotografía: Mayela de Castro |
Son muchos los que todavía recuerdan la portada de El Mundo con la fotografía de Aylan. La imagen del niño sirio ahogado en aguas turcas dio la vuelta al planeta y causó todo tipo de comentarios. La sociedad quedó dividida entre los que estaban a favor de mostrar la realidad, por muy cruda que fuera, y los que defendían que era sensacionalismo, no información.
Casi seis años después de la sonada primera plana se vuelve a abrir el mismo debate surgido por la pandemia del coronavirus. De nuevo fue El Mundo quién abrió las puertas a la controversia con una fotografía del Palacio de Hielo lleno de féretros a modo de morgue. Muchos la criticaron alegando que era una falta de respeto hacia los fallecidos y solo buscaba llamar la atención. Por otro lado, hubo gente que defendía la imagen, puesto que representaba la dureza de la pandemia y que servía para concienciar.
El eterno debate del periodismo es, por tanto, fijar los límites del derecho a la información. En el artículo 20 de la constitución española se reconoce, entre otros, al derecho a comunicar o recibir libremente información veraz sea cual sea el medio. Por otro lado en el artículo 18 se garantiza el derecho a la intimidad personal y familiar, al honor y a la propia imagen. Entonces, ¿hay algún punto en que ambos se entrelacen?
La respuesta es afirmativa. El periodista puede hablar de aspectos privados de una persona siempre y cuando sea una información que afecte a la sociedad en su conjunto. La foto del pequeño Aylan refleja la horrible realidad de muchos niños sirios que buscan refugiarse de una guerra. Y de esta forma se ha concienciado y conmovido a nuestra sociedad, independientemente de si las opiniones son a favor o en contra de la comunicación. Del mismo modo, este acontecimiento se repitió con la foto del Palacio de Hielo: La sociedad en su conjunto hablaba de ello.
Sin embargo hay unos límites que el periodista no se puede permitir atravesar, ni siquiera con la excusa de la información. Se trata de la vida íntima de una persona. Por ejemplo, su domicilio o su vida familiar. Es justo ahí donde reside el sensacionalismo. Cuando una persona atenta contra la dignidad de otra con el objetivo de ganar dinero o perjudicar la reputación de alguien.
Por tanto, la diferencia entre la información y el amarillismo reside en el objetivo que el profesional quiere transmitir. En el caso de las dos portadas citadas, se quería mostrar los hechos y concienciar a la población, mientras que amarillismo hubiera sido aprovecharse del dolor de los padres de Aylan para redactar una noticia.
En conclusión, el mundo de la información también vive de los comentarios y respuestas de la audiencia. Las intenciones pueden ser meramente informativas pero alguien lo puede percibir como amarillismo y viceversa. Dependerá de los criterios de cada uno.