PAULA REBOLLO ANDRADE | Fotografía: Paula Rebollo
Aunque ya le haya escuchado en sus visitas guiadas, ilusionándose con el arte frente a los grandes grupos que siguen sus palabras cada día, conozco a Daniel Paunero a las puertas del Museo del Patio Herreriano. Ambos llegamos puntuales. Él, con la curiosidad que le caracteriza, “¿Cómo me has contactado?”, inquiere; yo, con unas ganas desbordantes de que me cuente más sobre el trabajo de un educador de museos, que tiene poca aparición en medios.
Licenciado en Historia del Arte por la Universidad de Valladolid, Paunero fue de los pocos que se decidieron entre 2001 y 2002 por el máster en Museología, extinto actualmente. No obstante, en realidad iba a decantarse por unos estudios de Ciencias hasta que su profesor de Filosofía le presentó un test sobre tipos de inteligencia. En ese momento, aquella suerte de Sombrero Seleccionador le indicó al alumno que su casa estaba en las Humanidades. “Desde el principio tenía claro que tenía que dedicarme profesionalmente al arte”, sostiene.
Nada más llegar, cometo mi primer error al tutearle. Le pido disculpas, pero me tranquiliza: “Si me tratases de usted, me harías una persona importante. Y no lo soy”. Se me escapa una sonrisa.
Durante varios años permaneció en el Centro Atlántico de Arte Moderno (Gran Canaria), donde trabajó para el Departamento de Educación y Acción Cultural. Su labor fue interdisciplinar, ya que se contactaba a entidades muy distintas para conversar con los fondos del museo. Entre aquellos proyectos, colaboraron con barrios más desfavorecidos o incluso relacionaron Gastronomía y Arte. La actividad se titula “Entre fogones: la cocina en la Colección CAAM” y se imparte desde 2016.
“El arte no es algo que forme parte de un laboratorio oscuro, sino que forma parte del contexto vital en que nos movemos”.
En aquel momento pudo consolidar la formación que recibió de la UVa en el CAAM y ahora lo hace en el Museo del Patio Herreriano y en la Sala de la Pasión, a los que está muy agradecido. Obras de Delhy Tejero (“una extraordinaria exposición”, valora), del surrealista Mark Ryden u otras más clásicas, como la muestra “Sorolla y el paisaje de su época”… Daniel Paunero ha preparado explicaciones para todas ellas. Eso requiere consultar desde catálogos a entrevistas pasando por libros de Historia del Arte o textos de los propios comisarios. Me revela su procedimiento: “Se trata de seleccionar una serie de obras y establecer un hilo conductor, del que salen unas ramas con las que trato de enganchar al espectador, de comunicarme con él”. También con el objetivo de apartar los prejuicios que con frecuencia nos ponemos a nosotros mismos para acceder al arte actual.
Lanzo la suposición de que, a priori, es algo más difícil acercarse al arte contemporáneo. Enseguida me percato de he incurrido en el cliché, pero Paunero me corrige con delicadeza: “No es que sea más difícil, es diferente”, señala con su amable sonrisa perenne. “Difícil implicaría que es un mundo en el que no podemos entrar con facilidad, pero sí podemos hacerlo si lo desvinculamos del arquetipo tradicional con el que nos relacionamos con el arte”.
Según me describe, el público está acostumbrado a que “el arte clásico tiene que ser difícil de hacer y más fácil de contemplar al ser figurativo.” Y esto supone una diferencia entre ambos: “En el arte más tradicional hay una obra que solo tenemos que ver, en el arte más actual se espera que nosotros dialoguemos a partir de unas directrices, como el desconcierto que nos produce la obra, que se puede convertir en curiosidad y en un discurso”.
“Estamos en una época de extremos: se observa poco, se piensa poco… se discute mucho, pero se debate poco. Y el arte es un medio para incentivar esos valores.”
Una faceta que desconocía es que, en especial, Daniel Paunero disfruta acercando el arte al público infantil, que carece de “todo tipo de prejuicios y está dispuesto a aceptar cualquier cosa que le parezca extraña”. Con otro brillo en la mirada, me resalta que los niños “te plantean afirmaciones y preguntas que no esperas”. Recuerda haber sorprendido a alguno mirando el cuadro desde el canto para ver sus texturas. “A mí eso no se me habría ocurrido”, reconoce, maravillado. Por eso le ilusiona poder colaborar con la Responsable de Educación, Irene Pérez, en los talleres para los más pequeños: el Museo del Patio Herreriano oferta el programa educativo “Construir la Mirada” desde los 4 a los 18 años.
Le pregunto por qué es importante que las instituciones ofrezcan este servicio de visitas guiadas. Tiene muy claro que todas han de fomentarlo. “No solo como un discurso turístico, que también, sino como un discurso cultural y educativo para que desde pequeños adquiramos pensamiento crítico. El arte es muy válido para eso, sobre todo el de nuestra época”.
“El arte es un discurso que se basa en la comunicación bilateral: alguien nos propone un mensaje sobre su visión del mundo y espera una respuesta. Nosotros lo que hacemos es incentivar esa respuesta”.
Además, Paunero está al tanto de lo que conforma el mundo de la juventud, incluyendo las redes sociales. Por eso conoce nombres de hoy en día como la arquitecta Ter, que divulga sobre arte, o el compositor Jaime Altozano, que tiene el mismo objetivo en cuanto a la música. Si bien admite que sus vídeos resultan “una influencia muy positiva”, se muestra prudente: “Es una muy buena herramienta, pero hay que utilizarla convenientemente”.
Todavía recuerdo una idea que le escuché en una de las visitas guiadas a las que acudí antes de esta entrevista. Daniel Paunero comentó que, al igual que tomamos un helado en verano, recomendaba acudir a una exposición y disfrutar de un cuadro. Eso me lleva a interrogarle por lo que le ha regalado el arte. “De todo”, suspira feliz. Me cuenta que su personalidad, que califica de “introvertida”, cambia al ponerse frente a un grupo en las exposiciones. Y elabora otra definición propia: “El arte es una forma de comunicación que me ayuda a canalizar mi propio análisis del mundo”.
“Se trata de hacerles partícipes de una institución que les pertenece, un museo no es simplemente un lugar cerrado”
Cuando apago la grabadora, me repite en varias ocasiones, solícito: “¿Te ha servido?”. Le aseguro que sí. Entre otras cosas, porque siempre ilusiona que alguien confíe y se deje conocer, además de que el “aprendizaje constante” en que habita él es el mismo al que deberían aspirar los periodistas. Y de más valor aún me resulta la defensa que Daniel Paunero ejerce sobre el arte, pues refrenda mi elección por el periodismo cultural, esa misma labor que en ocasiones escucho decir que no importa tanto.