ESTEFANIA CHAMORRO / Imagen: Pixabay
Se abren las puertas. Centenas de preuniversitarios entran en las aulas listos para hacer el temido examen de acceso a la universidad. Para muchos es el culmen de años de estudio centrados en conseguir la nota que les permita acceder a la carrera soñada, aquella que les viene por vocación, descubrimiento propio o convención familiar. Otros tantos no gozan de esa seguridad, no tienen claro del todo que quieren estudiar y apuestan por conseguir una calificación alta que les permita elegir entre un amplio abanico de grados.
Ante los aprobados se presenta el primer año de universidad. Ese en el que un bofetón te despierta a la realidad y comprendes que no hay profesores que vigilen que vayas por el buen camino, que no hay terceras oportunidades y que eres tu solo el que se tiene que sacar las castañas del fuego. Todos los comienzos son duros, los primeros síntomas de que ese no es tu camino se ven camuflados por lo que amigos y familiares llaman “los nervios del principio”. Tanto el estudiante como sus propios allegados creen que ese malestar es simplemente que cuesta adaptarse a una nueva etapa.
En Navidades llegan los exámenes, cambias las vacaciones del colegio por las horas interminables de estudio. Nochebuena no parece tan divertida ya que al acecho se encuentran las segundas matrículas, casi al mismo precio que el marisco en esas fechas. Si te has aplicado durante los cuatro meses anteriores (o has tenido mucha suerte durante el último) aprobarás en primera convocatoria. Hasta el siguiente cuatrimestre hay casi 3 semanas (dependiendo de la universidad) para descansar y reflexionar.
Es durante la segunda mitad del curso cuando se confirman las sospechas; esa no es tu carrera. Los nervios, la ansiedad y la desgana por las asignaturas que parecieron tan interesantes cuando te matriculaste indican que debes cambiarte de titulación o incluso dejar la universidad. Los grados superiores no tienen por qué ser para todos y no hay nada malo en ello. Las razones para desertar son muchas; pocas salidas, mala formación, no haberse informado adecuadamente antes de hacer la matrícula, etc. Decir que has dejado la carrera o que te has cambiado es algo mal visto. De cara a los demás da la sensación de que no tienes las cosas claras, de que vas dando tumbos totalmente perdido. Independientemente de todo eso ahora toca decírselo a tus padres.
¿Y ahora qué?
Si son comprensivos puede que hasta se alegren del cambio. La universidad es costosa pero formarte y trabajar en algo que no te gusta es como un mal matrimonio, puede hacerte sentir realmente mal. Por otro lado, están los padres que montan en cólera. A tus progenitores no les gusta la idea de que hayas perdido un año o de que no sigas el camino que ellos creían conveniente. El pensamiento común considera la universidad como la llave para un trabajo y un estilo de vida altos, nada más lejos de la realidad.
Ante todo tienes que tener claro que no tienes por qué estar en un sitio que no te hace feliz. La vida es muy corta y puede que tu camino esté en otro lado. Tu vida es solo tuya y equivocarse no significa fallar, solo experimentar. Durante ese año habrás conocido a gente maravillosa, vivido experiencias nuevas y únicas, habrás aprendido que es lo que quieres y, más importante aún, lo que no. Tienes muchos años por delante, posponer la universidad, dejarla o cambiarte de carrera no es el fin del mundo. Puede ser el comienzo de algo mucho mejor.
Qué acierto! Posiblemente si estas palabras llegasen a los futuros estudiantes, se les quitaría presión para aclarar el panorama.
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