Ainara Álvarez González | Fotografía: Pixabay |
En un mundo interconectado y cambiante, la educación escolar sigue siendo clave para el desarrollo personal y colectivo. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos por adaptarse a las nuevas demandas, persiste una brecha entre lo que enseña y lo que se necesita aprender en los colegios.
En las escuelas seguimos aprendiendo asignaturas que nos proporcionan una base sólida de conocimientos fundamentales, como matemáticas, historia, ciencia, lengua o idiomas. Además, adquirimos habilidades como el trabajo en equipo, la responsabilidad o la organización del tiempo. Sin embargo, en un mundo lleno de avances tecnológicos y de nuevos retos sociales, esas asignaturas por sí solas ya no son suficientes para preparar a los estudiantes para los desafíos del futuro.
A pesar de que los colegios nos brindan una formación académica, a menudo no nos preparan para tener habilidades prácticas necesarias en nuestra vida adulta. Competencias como la gestión financiera o emocional, no suelen estar incluidas en el plan académico. Y estas son las habilidades que marcarán la diferencia cuando los jóvenes tengan que enfrentarse a decisiones sobre sus finanzas, el mundo laboral o cómo navegar en un entorno digital saturado de información.
¿Cuántos al salir del instituto o de la universidad, nos sentimos preparados para enfrentar cuestiones básicas como hacer un currículum o tomar decisiones laborales? Pocas veces en el sistema educativo se enseña al alumnado estos aspectos prácticos de la vida adulta.
Lo mismo ocurre con la salud mental y el bienestar emocional. El sistema educativo tradicional rara vez toca temas como el manejo del estrés, la gestión de las emociones o el autocuidado. Sin embargo, estas habilidades son imprescindibles, especialmente en una era en la que las redes sociales tienen un impacto profundo en la vida de los jóvenes. Sin las herramientas adecuadas, su interacción con estos medios puede ser perjudicial para su salud mental, generando ansiedad o expectativas irreales. La educación emocional debería ser tan importante como cualquier otra materia.
Además, en un contexto global de desinformación, es crucial que los estudiantes aprendan a detectar informaciones falsas. Asimismo, deberían conocer las implicaciones sociales y éticas de las tecnologías y cómo usarlas de manera responsable.
La educación debe evolucionar para adaptarse a las realidades del nuevo siglo. No basta con enseñar solo materias tradicionales; se deben ofrecer a los estudiantes herramientas necesarias para entender el mundo, gestionar su vida de manera efectiva y enfrentarse con seguridad a los retos que les deparará el futuro. Sin un cambio significativo en los enfoques pedagógicos, seguiremos reproduciendo una educación que prepara a los jóvenes para un futuro que no existe.