RAÚL REVILLA MÉNDEZ | Fotografía: Pixabay
El virus de la inmunodeficiencia humana (VIH) es una de las enfermedades de transmisión sexual (ETS) más conocidas y frecuentes en el ámbito sanitario. Este patógeno, capaz de debilitar el sistema inmunológico humano, se transmite a través del contacto con diversos líquidos corporales como el semen, la sangre o la leche materna de un modo similar al que emplean el resto de las ETS como la gonorrea, la sífilis o la clamidia.
El VIH, que puede permanecer oculto y asintomático durante largos periodos de tiempo tras el contagio, es un tipo de retrovirus capaz de provocar en la persona infectada la enfermedad del Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (SIDA). Cuando el virus logra desarrollar la enfermedad en el ser humano, la letalidad y peligrosidad aumentan considerablemente: el sistema inmunológico se ve aún más debilitado. Si el SIDA llega a desarrollarse, el sistema inmune del paciente pierde tanta fuerza que hasta el resfriado común puede causar síntomas graves, inusuales y duraderos o, incluso, llegar a desarrollar una neumonía.
Así, la peligrosidad del VIH ha convertido al microorganismo en uno de los focos sobre el que la medicina ha centrado sus estudios más recientes. Por ello, es importante que todos los ciudadanos – sobre todo los más jóvenes y, concretamente, los adolescentes – seamos conocedores de la enfermedad.
¿Cómo se produce la enfermedad del SIDA?
Para que la persona enferme, es indispensable que el virus se reproduzca dentro del organismo infectado. Para ello, el VIH utiliza la enzima transcriptasa inversa, que convierte su ARN en el ADN que luego incrusta y mezcla con el ADN humano, el material bioquímico que necesita para replicarse dentro del cuerpo.
Cuando el virus consigue apoderarse del ADN de la célula humana, la reproducción de más patógenos hijos inicia el proceso infeccioso. Primero, el VIH ataca a las células CD4 (un tipo de glóbulos blancos) necesarias para mantener un sistema inmunológico fuerte, pues se encargan de la respuesta inmunitaria de nuestro cuerpo: es la denominada fase aguda de la enfermedad. En caso de que la replicación del virus en el interior del organismo se acelere, el VIH es capaz de causar una gran cantidad de daño a estas células en poco tiempo.
¿Cuáles son los síntomas más habituales al principio del proceso de infección?
Cuando el VIH está comenzando con su replicación interna y con su constante ataque a las células CD4, o sea, en la fase aguda de la enfermedad, es el momento en el que el paciente puede presentar los primeros síntomas notables, similares a los de una gripe cualquiera: fiebre, fatiga, dolor muscular, dolor de cabeza y dolor de garganta.
Sin embargo, cuando el virus entra en su segunda etapa infecciosa, la llamada fase crónica o latente, puede permanecer oculto y sin presentar síntomas incluso durante muchos años. Precisamente es en esta fase cuando el VIH continúa (y de forma más agresiva) con su proceso de replicación en el interior del organismo y de debilitamiento del sistema inmunológico.
Finalmente, si el VIH no se detecta con la suficiente antelación, es altamente probable que el paciente desarrolle el SIDA. El Síndrome de la Inmunodeficiencia Adquirida hace básicamente referencia a que el sistema inmune del infectado está altamente debilitado. Es en esta tercera fase de la enfermedad, cuando cualquier proceso infeccioso sin importancia aparente puede ser mortal.
Las enfermedades infecciosas más comunes en pacientes de VIH
Cuando el VIH logra su objetivo, debilitar el sistema inmune, la probabilidad de que el infectado se contagie de otras enfermedades aumenta considerablemente; así como la letalidad de éstas. Por ejemplo, un resfriado común o una gripe que en una persona sana no produce síntomas graves, puede derivar en una neumonía.
Sin embargo, el problema no solo reside en el sistema inmunológico débil, sino también en las enfermedades graves que casi exclusivamente padecen los infectados. Por ejemplo, el sarcoma de Kaposi es un tipo de cáncer causado por el herpesvirus humano que afecta muy comúnmente a los pacientes de VIH. El sarcoma puede manifestarse como lesiones cutáneas de color marrón, rojo o morado en zonas de la piel que pueden inflamarse y causar dolores. Mientras, dentro del cuerpo humano, el tumor ataca a órganos importantes como los pulmones o el hígado. Ello puede derivar en síntomas más graves como dificultad para respirar.
Aunque seguramente la encefalopatía que el propio virus del VIH puede producir sea la enfermedad más grave de todas. Ésta enfermedad aparece cuando el patógeno infecta y ataca a los tejidos cerebrales, derivando en problemas cognitivos, emocionales y físicos. Los síntomas más habituales que esta encefalopatía produce son: pérdida de memoria, dificultad para hablar, problemas de equilibrio o coordinación, convulsiones y debilidad muscular.
Las células madre en materia de VIH y los avances que ya están produciendo en la investigación de una posible cura
Hasta hace poco, el VIH (o SIDA) parecía incurable y la medicina estaba ya perdiendo toda esperanza de encontrar un modo de curar la enfermedad. Pese a que existen múltiples tratamientos para los pacientes, como medicamentos antirretrovirales que inhiben la replicación del virus en el interior para lograr que la cantidad de VIH en sangre disminuya considerablemente, éstos no curan la enfermedad. Sin embargo, los científicos parecen haber dado con la clave: las células madre y la terapia génica.
Tres pacientes, de nombres en clave Berlín, Londres y Düsseldorf, ya han conseguido curarse de la enfermedad. Este último, Düsseldorf, residente de la ciudad alemana, es el caso más reciente. Los tres casos han seguido una hoja de ruta común: han recibido un trasplante que incluía células CCR5 delta 32, capaces de actuar como si de un escudo contra el VIH se tratara. Ahora, estas tres personas se han convertido en la esperanza de muchos enfermos, sobre todo de aquellos que sufren las infecciones más dolorosas y letales.
Düsseldorf, el principio del final del VIH
El tercer paciente curado, Düsseldorf, vivía con VIH desde 2008. En 2013, debido a una leucemia, tuvo que someterse a un peculiar trasplante de médula ósea que no solo contenía células madre, sino que también contenía una mutación en un gen: el CCR5. El paciente, tras sufrir alguna recaída puntual, pudo en 2017 abandonar la medicación recetada. 48 meses después, el virus ha desaparecido de su sangre: está curado.
Sin embargo, existe un problema: el trasplante no es del todo seguro. Así, los científicos implicados en la investigación afirman que la intención no es curar todos los casos de infección, sino solo los más agresivos. Por tanto, la cura se destinará a los casos graves, mientras que los casos leves continuarán con la medicación existente.
En las palabras de Javier Martínez-Picado, uno de los investigadores: «Ya no es una anécdota. Son tres. En medicina no hay nada categórico y las sorpresas siempre pueden ocurrir, pero aquí podemos hablar de curación».