La exposición Naufragios de Eduardo Cuadrado se encuentra situada en el hall de la facultad de Filosofía y Letras; un grupo de imágenes que han surgido de su casa taller en Fuensaldaña, para establecer un diálogo entre ellas. En palabras del propio artista “Hoy todos somos naúfragos en una sociedad que es un barco a la deriva”.
Dicen que de noche todos los gatos son pardos… pardos, oxidados, enmohecidos por el paso del tiempo y dispersos en un espacio que les es desconocido. Perdidos en un ambiente hostil donde, en el silencio de la noche conviven sin presiones, cada uno dentro de su mundo y todos dentro de un mundo del que quieren escapar.
Al despuntar los primeros rayos solares, con los primeros ruidos cotidianos se van habituando a las miradas y comentarios de un ir y venir de individuos imbuidos en su propio yo.
Nuestros personajes se hallan escondidos bajo los bancos, cobijados bajo un paraguas, presos de sus pensamientos y sentimientos, mendigos empujando un trozo de su vida, suicidas, presos de su alma, incluso sentados en un banco a la espera de que no pase nada. Todos ellos sin rostro, sin expresión en la mirada… buscando una realidad diferente a la vivida. Entre ellos no existe relación física pero se palpa la complicidad.
Como participantes activos de una tragedia, mantienen cerca sus máscaras y están a la espera de ese mundo real del que en otro tiempo fueron parte destacada. No poseen rostro, tampoco alma, tan sólo presentan una estructura ajada y oxidada que les mantiene vivos hasta la siguiente noche, cuando cobran vida, su propia vida.
Desde cuándo expresamos, qué expresamos… pero, sobre todo ¿por qué expresamos…? Estas cuestiones están suficientemente tratadas por historiadores del arte, críticos, filósofos y demás estudiosos preocupados por el comportamiento del ser humano en relación con algo desconocido.
En el hombre la expresión de los sentimientos es natural, con fuerza y prácticamente espontánea, algo que tiene que manar de nosotros mismos… siendo capaces de crear de la nada todo un torrente de sensaciones que se transforman en las más maravillosas obras, en las que cada ápice de materia derrocha las vibraciones del artista.
La obra que Eduardo Cuadrado nos muestra es fruto de ese sentimiento; formada por un grupo de personajes individuales cubiertos por un caparazón que es su propio cuerpo, adoptando distintas posturas, siempre escondiéndose de la sociedad que les rodea. Acostumbrados a un modo de vida cansado y vacío, portando alguna de sus pertenencias a las que se aferran de la misma manera que lo hacen a la vida que se les escapa.
Los exteriores nos hablan de hombres y mujeres diferentes, con identidades pero los interiores que se aprecian dejan mucho para pensar en el vacío de la vida, el reinado de lo material, la soledad de los individuos…
Formas redondeadas ausentes de aristas por las que se pueda escapar la fuerza. Casi todas están agachadas metidas en si mismas con miedo de compartir sus vivencias que les han llevado a convertirse en espectros; una rara fusión que combina las formas metálicas con la expresión corporal.
Las obras conviven con los universitarios y poco a poco se han hecho con sus costumbres y se conocen mutuamente, quizá mantengan una misma idea sobre la sociedad actual o sobre el devenir de los acontecimientos y, todo ello a través de un diálogo silencioso en el que cada uno guarda su espacio vital impidiendo la intromisión de otro individuo, marcando su territorio.
Desperdigadas por las escaleras, la entrada a la biblioteca y la cafetería encontramos otras tantas “vidas” representando desde un suicida colgado de una mano de la barandilla, hasta un individuo sentado en una esquina de la cafetería esperando en vano a que los transeúntes le dirijan una mirada, o escriban una nota y la coloquen dentro de su cajita, mientras él solo pretende compartir los minutos de ocio para llenar sus horas muertas…
Colocado en el acceso a la biblioteca espacio cercano a donde se encuentra la muestra, encontramos un erudito sumergido entre papeles, libros, legajos que muestra ansias de conocimiento, nociones que ha de encontrar en la única compañía de las letras, absorto en su estudio y ajeno a lo que acontece en derredor. Siente la intención de mimetizarse con el espacio para el que está concebido y así acercarse al resto de individuos del entorno, como un estudiante más.
Resulta ser más que una exposición de escultura, es un reflejo de la vida misma y de cómo nos podemos encontrar a lo largo de este largo y complejo camino, solos, vacíos, desamparados, huecos, tristes, desarmados… A menudo aparecemos ante el mundo con la mirada baja y el rostro escondido entre los hombros como si estuviéramos avergonzados de nuestro comportamiento y temiendo por la reacción de los demás.
Cada una de estas figuras posee una historia diferente y personal pero gracias a su individualidad se complementan entre todas ellas, formando un todo que podemos resumir en la soledad de la vida.
(*) Colaboración de Yolanda Álvarez-Campana Gallo, estudiante de Tercer Ciclo de Historia del Arte en la Universidad de Valladolid.
Fotografías: Ana Isabel M. Cordobés (@ana_Cordobes)