Juntar letras

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Fotografía: Patricia Luceño
Fotografía: Patricia Luceño
PATRICIA LUCEÑO MARTÍNEZ  |  Fotografía: P. Luceño  |

Cómo cuesta juntar letras. Y es que, cuando no quieren salir, no salen. Se te quedan dentro, revoltosas, descolocándote cada pieza sin llegar a eclosionar. Por mucho que roces la punta de tu boli bic con la suela del zapato… Nada, ahí resisten, atrapadas en un limbo literario. Y es que, ¿adónde van las letras que no consiguen germinar?

Cómo duele juntar letras. Dicen que el dolor se hace más tangible, más real, cuando se inmortaliza en papel. Quizá sea un mero intento narcisista del hombre de perpetuarse en el mundo, sobredimensionando lo que le agita por dentro; bien con la disertación más gloriosa, bien con la prédica más mediocre. ¿Es el dolor el que engendra el discurso o es el discurso el que engendra el dolor?

Cómo arde juntar letras. Cuando sientes en el pecho esas brasas rabiosas, ávidas de una chispa que les otorgue la excusa perfecta para empezar a arder. Entonces, la explosión. Una onda expansiva que supera lo que esperábamos, que supera –quizá- lo que nos podemos permitir. Cómo gustaría, en esa devastadora calma de resaca, que hubiera costado juntar letras.

Cómo alivia juntar letras. Ese llanto contenido, ese nudo en el pecho que encuentra dedos hábiles en una sucesión más o menos acertada de sintagmas. Esa melodía embriagadora de unas teclas que se accionan sin –parece- marcha atrás. Es la lluvia suave y dulce que limpia, que se lleva todo lo que no debería haber estado nunca ahí. O a lo mejor sí.

Cómo esclarece juntar letras. El delicioso amargor de la lucidez. “El lucero del alba”, que diría Luppi. A veces, un consuelo cobarde disfrazado de sabiduría que amilana más que enseña. A veces, una revelación que te deja estaqueado, de manera imprevista, cualquier martes nuboso.

Cómo purga juntar letras. Y se vuelve hábito. Y se vuelve sustento. Y se vuelve excusa para los que, como al maestro Cortázar, nos cuesta “mucho menos pensar que ser”.