FÁTIMA ÁLVAREZ PÉREZ | Fotografía: Foto de G. Crescoli en Unsplash |
Actualmente, se cuestiona sobre la participación del profesional de la información en ciertos asuntos que tienen que ver con los poderes de un país. La pregunta que se plantea da para reflexionar: ¿es ético que un periodista activo se presente a unas elecciones y que, además, sus compañeros le apoyen?
Ser periodista significa realizar un trabajo social, dedicado a distribuir información lo más transparente posible al conjunto de la ciudadanía, que posee el derecho de estar informado y de que lo que se comunica sea veraz. En el mismo momento en que un profesional se plantea dejar su actividad para formar parte de una campaña o grupo político, es él quien va a perder el prestigio de ser una fuente veraz y creíble, degradándose a ser un sujeto con poca o nula credibilidad por los ciudadanos.
Y, ¿por qué tiene que dejar de lado el periodista su actividad, si es un ciudadano cualquiera y puede ejercer su derecho a presentarse al ejercicio político?
Una persona que ha obtenido un título en periodismo sabe que expone su trabajo a la ciudadanía, dándole un servicio básico recogido en las Constituciones de la mayoría de los países. Es por lo que, cuando dicho profesional forma parte de una campaña electoral, la figura social debe desaparecer y tornarse en política. En definitiva, un periodista puede dedicarse a la política siempre y cuando lo haga como persona individual, como ciudadano, y no como servicio público.
El periodista tiene un código deontológico que, como en otras muchas profesiones de carácter público, obliga al profesional a mostrar fidelidad ante sus deberes. Cuando un periodista deja de servir al público, deja de ser informador. Cuando ambas actividades se comparten simultáneamente es cuando comienza una etapa amarillista que implica a los medios en un declive de objetividad y credibilidad. Esto puede causar la pérdida de divisas y el cierre del medio en el que ejerce.
Un comunicador que se ha dedicado a la política, cuando vuelve al periodismo, tiene que realizar un esfuerzo adicional por recuperar la credibilidad que perdió mientras se lucraba con la política.
Y la pregunta queda en el aire: ¿de verdad merece la pena perder la reputación por un puñado de monedas?