Ainara Álvarez González | Fotografía: Pixabay |
En 2024, 281 millones de personas han tenido que dejar sus hogares debido a la violencia, las malas condiciones de vida o los conflictos. Entre ellos, los refugiados son aquellos que, huyen de la guerra, persecuciones y desastres naturales, buscando seguridad, protección y una nueva oportunidad. Sin embargo, la reacción global ante esta crisis sigue siendo insuficiente y, a menudo, indiferente.
Hoy, los refugiados enfrentan tanto los horrores que han dejado atrás como la indiferencia y el rechazo de los países a los que llegan. En Europa, por ejemplo, la crisis migratoria se enfoca más en seguridad y control fronterizo que en derechos humanos. La retórica xenófoba y la estigmatización de los migrantes y refugiados fomentan políticas cada vez más restrictivas que complican su acceso a un refugio seguro.
Los refugiados sobreviven en circunstancias inseguras, a menudo en campos de concentración no oficiales, donde la carencia de acceso a servicios fundamentales, mantiene un ciclo de pobreza y desesperación. Las autoridades parecen considerar a los refugiados como una carga, ignorando sus vidas destrozadas, las familias angustiadas y los jóvenes buscando oportunidades.
El desprecio internacional hacia los refugiados no solo representan un fallo moral, sino también un error estratégico. La situación de los refugiados refleja deficiencias estructurales globales que deben abordarse de manera integral. No se alcanzará la tranquilidad ni la equidad mientras una parte de la humanidad viva en la miseria y sin derechos.
Es importante tener presente que la mayoría de los refugiados no buscan migrar solo por motivos económicos. Su búsqueda de asilo no debe considerarse como un peligro, sino como un resultado de incapacidad global para resolver conflictos de forma justa y duradera.
Es necesario establecer sistemas más efectivos para proteger y apoyar a los refugiados, asegurando su acceso a servicios básicos, y a una vida digna, mientras están en un proceso de adaptación en sus nuevos países. Esto requiere un compromiso mundial, no solo de los países de acogida, sino de toda la comunidad internacional.