Amor a primera página

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En mi infancia recuerdo dos tipos de niños: los que leían gustosos y los que lo hacían obligados. Yo pertenecía al segundo grupo. Las páginas me parecían cada vez más largas y pesadas, y buscaba ansiosa un dibujo que ayudará a mi imaginación todavía sin despertar. Poco a poco, gracias a una buena enseñanza pública, conseguí crear un leve hormigueo en el estómago. Pude leer grandes clásicos como Bécquer y sus leyendas, ‘Fortunata y Jacinta’, de Benito Pérez Galdos, o cobijarme en ‘La sombra del ciprés es alargada’ del gran Delibes. Sin embargo, sería en las narraciones incomprendidas de un joven rebelde donde nadaría sin cansarme, entre las palabras y las emociones… Fue J.D. Salinger y su guardián entre el centeno quien consiguió sumergirme en ese océano de aventuras, de historias irónicas, de vivencias de un personaje que no podía dejar de admirar por su valentía, pero que al mismo tiempo me parecía un auténtico repelente.

Página tras página, comenzó a brotar mi romance con la lectura. Que fácil era soñar despierta, imaginar en mi pensamiento seres de todo tipo en paisajes desconocidos en mi realidad, pero descritos con precisión por escritores y traspasados a mi cabeza a la perfección, hasta permitirme dibujarlos con mi mente.

A mis 16 años pude descubrir la complicada y maravillosa escritura de Mario Vargas Llosa. Con ‘La ciudad y los perros’ me perdí junto a los protagonistas, enloquecí con cada capítulo. Como si se tratara de un amor inocente, tuve que descubrirlo poco a poco, frase tras frase hasta impregnarme de aquel argumento que me quedaría grabado, de la difícil vida de aquellos chicos en un colegio militar de Sudamérica. Empaticé, lloré cuando el libro me lo pidió y sonreí con el final. Su escritura fue emocionante, me despertó. 

Pero entonces, después de trasladarte a «Ciudad Trujillo» con ‘La fiesta del chivo‘, llegas una edad en la que crees que el tiempo no pasa cuando en realidad está volando. Así, los años transcurrieron entre pequeños momentos de emoción y tensión, entre los capítulos de ‘Millennium’, de Stieg Larsson, y su increíble periodista, el famoso Mikael Blomkvist, sólo unos meses antes de sentirme detective dentro del manicomio de ‘Los renglones torcidos de Dios’, dirigida por el relato del madrileño Torcuato Luca de Tena.

Por fin, el 11 de septiembre de 2013 comencé mi propia aventura, que derivaría en un sinfín de pequeñas historias entrelazadas. Empecé a vivir Europa con mi Erasmus, con tiempo libre y horas de espera para volver a los sueños escondidos de mujeres protagonistas. Y es que esta vez quise soñar con ellas, con Camilla Läckberg y su saga de misterio en el pueblecito pesquero sueco de Fjällbacka, pero también con Agatha Christie, la maestra del suspense.

Una vez impregnada de ese tipo de literatura de éxito internacional, decidí buscar más cerca, en casa. Mujer, española, sin pelos en la lengua, con tinta en las venas. Lucía Etxebarria. Etxebarría y todas esas historias, todas esas mujeres que se salían del típico papel asignado y rompían con las barreras de los estereotipos femeninos. Valientes, inseguras, decididas, con pasados marcados y futuros indecisos. Qué fácil sentir su piel y sufrir sus heridas, tal vez no tan diferentes de las mías propias…

Entre experiencias y novelas, llegó el presente, y con él, la suerte de descubrir el espacio radiofónico de fomento de la lectura ‘La Milana Bonita’ y de entrevistar a su presentador, Víctor Gutiérrez. El periodista, con un café delante, comentó lo maravilloso que sería trasladar la literatura a los bares, a las charlas entre amigos, a las conversaciones en la que confesar que leer me ha enseñado a escribir, a soñar y a amar, pero también a pensar y a tener cultura. Todo para refugiarme en lo reconfortante de compartir aquello que he aprendido como lectora, y en aquello, tanto, que aún me queda por descubrir junto a los libros.

Desde InformaUVa, humildemente, animo a todos los estudiantes de Periodismo a leer, (a seguir leyendo), para ampliar su formación y encaminarse hacia el futuro, pero sobre todo, para descubrir en el día a día el amor por las historias que se esconden tras las palabras.

Texto: Iria Torres

Imagen: Pixabay