Yemen, el país olvidado

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ALBA CAMAZÓN PINILLA

Fotografías: documental ‘La Casa de la Morera’

Se dice que continuamente ganan los mismos, que pierden los de siempre. Pero durante meses, los yemeníes lucharon contra el presidente Ali Abdullah Saleh y la corrupción. Saná, 2011. Han transcurrido 32 años desde que el presidente Saleh tomó el poder en el país árabe más pobre. “Ben Ali se fue tras 20 años. 30 años en Yemen, ya basta”, gritaron mareas furiosas de yemeníes. Poco importaban ya las clases sociales, todos tenían un objetivo común: derrocar al dictador y acabar con la corrupción que asolaba el país.  

El documental ‘La casa de la Morera’ fue proyectado el martes pasado encuadrado en ‘Los Jueves de Letras. En él, su directora, Sara Ishaq, vuelve a su casa días antes del estallido de la ‘primavera árabe’ para ver a su familia paterna. Hermanos, tíos, primos, pero, sobre todo, su padre y su abuelo le aguardan con los brazos abiertos, aunque ninguno espera que la joven cineasta prolongue su estancia para presenciar la mayor revuelta ciudadana tras décadas de sometimiento bajo el yugo de Saleh.

Hija de una escocesa y de un yemení, Sara decidió mudarse a Escocia con su madre a los 17 años, cambiando Saná por Edimburgo. Prometió no perder sus raíces y, a través de ‘La Casa de la Morera’, intenta reconciliarse con su familia y con la niña que, diez años antes, abandonó su hogar para embarcarse hacia el continente europeo. 

[Sara Ishaq, en un fragmento de ‘La casa de la morera’]

La combinación de ambas culturas permite al espectador comprobar, desde dentro, la evolución que experimentaron los miembros de las familias yemeníes durante los primeros meses de unas revueltas que resultaron poco fructíferas. Saleh cedió el poder a su adjunto en febrero de 2012, pero el país se mantiene como uno de los que presentan mayor nivel de corrupción -se sitúa en el puesto 161 de 175, según los datos de Transparency International. Por no mencionar que se encuentra sumido en una guerra civil internacionalizada desde marzo de 2015

La revolución, impulsada por los jóvenes de una serie de países árabes, apenas tuvo repercusión real. No quiero infravalorar el esfuerzo de miles de personas que han muerto y continúan muriendo en busca de libertad, luchando por un sistema libre de corrupción y muerte, pero, ¿lo han conseguido realmente? En Egipto vuelve a liderar un militar, Libia está sumida en un conflicto interno extremadamente difícil de explicar y, de Siria, mejor ni hablar.

Yemen, por su parte, se presenta como otro caso poco esperanzador. Este año, ha sido el país con mayor número de muertos registrado. Parece que esta situación no existe, que nos cuesta hasta ubicar este país en los mapas. Antes del conflicto, en 2014, en una situación de ‘paz’, UNICEF calculó que había 160.000 niños menores de cinco años en riesgo de malnutrición severa. Ishqab volvió a su casa un año después del inicio de las protestas y pudo ver que su familia se resignaba ante lo que parecía imposible. Un cambio que no llega, una llama que no se extiende.

Parece que los mapas dibujados con regla y cartabón por los países occidentales están volviendo a ser trazados. Estados que se caracterizaban por su fortaleza y estabilidad han empezado a desgranarse, se han visto inmersos en decenas de conflictos a los que determinadas fuerzas económicas foráneas no pueden resistirse. Hace falta que aquellos que se consideran ‘civilizados’ dejen de ‘civilizar’ a los otros. Que es muy fácil ver la paja en el ojo ajeno, pero no vemos la viga en el nuestro. Cada civilización funciona de la forma que ella misma decide, y no como le parezca conveniente al de al lado. 

Sin embargo, quiero creer que muchos ciudadanos saben que otro mundo es posible, aunque tengan que luchar aún con más fuerza. Otros se resignan, como en todas partes, porque son situaciones muy difíciles de vivir. Pero, por lo menos, quiero creer que muchos han despertado de un profundo letargo. Ahora solo hace falta levantarse de la cama.