DIEGO ARTIME MUÑIZ | FOTOGRAFÍAS: MARÍA GUERRA VALCÁRCEL
La concienciación social sobre los derechos de las personas que conforman el colectivo LGTBIQ es uno de los temas candentes del siglo XXI. Se suele afirmar que, hoy en día, la sociedad es mucho más tolerante que décadas atrás, y que la sensibilidad de las nuevas generaciones hacia sus compañeros de géneros y sexualidades diversos es, en comparación, mucho mayor que la de sus padres o abuelos. Sin embargo, ¿significa esto que no haya acoso en las aulas? Por desgracia, aún no ha llegado el día en que colegios, institutos y universidades puedan declararse libres de prácticas homófobas o tránsfobas. Cada año, 950 jóvenes españoles del colectivo LGTBIQ tratan de suicidarse al verse obligados a afrontar situaciones de acoso escolar por su género o sexualidad; un problema de enormes dimensiones que pocas veces recibe la atención que merece.
Acerca de esta cuestión versó la mesa redonda celebrada en la Facultad de Filosofía y Letras de Valladolid durante el segundo y último día de las Jornadas sobre Diversidad Sexual y de Género. La comunidad universitaria acudió en masa al evento para arropar a los cinco conferenciantes: una chica “trans”, una estudiante lesbiana de secundaria, un alumno bisexual de la Universidad de Valladolid, una representante de las Federación Provincial de Asociaciones de Madres y Padres de Alumnos de Valladolid y un profesor de instituto.
Puede parecer una frivolidad mencionar, junto a la ocupación de una persona, su orientación sexual o su género. Sin embargo, en este caso, fue precisamente esa característica la que permitió a los jóvenes aportar una nueva dimensión al encuentro. El profesor y la representante de la FAPAVA hicieron gala ante la audiencia de su experiencia como educadores (tanto en las aulas como en sus hogares), pero fueron los alumnos los que se abrieron ante los espectadores para narrar las situaciones de acoso que no solo habían visto entre sus compañeros, sino que habían vivido en sus propias carnes por el mero hecho de ser ellos mismos.
El papel de los núcleos familiares como base para la creación y desarrollo de los valores de los más pequeños fue el tema recurrente en un evento en el que se analizó la situación de acoso que viven a diario millares de personas del colectivo LGTBI. Algunos miembros de la audiencia compartieron con el auditorio su experiencia personal, y la conclusión general fue clara: “tenemos que señalar al homófobo”; “tenemos que señalar al tránsfobo”. Pero esto no es suficiente: los ponentes manifestaron su disconformidad ante la ausencia de charlas, conferencias o actos dedicados a orientar, formar y educar a los más pequeños en la tolerancia y en el entendimiento de su propia sexualidad. Un dato demoledor terminó, de manera preventiva, con cualquier conato de disconformidad sobre la necesidad de poner en marcha medidas para lograr estos objetivos: la edad media de comienzo del bullying homofóbico está en 10 años y medio.
Junto a la actuación de las familias se reivindicó la importancia de desarrollar unos cauces oficiales que permitan a los alumnos acosados notificar su situación a las instituciones. Se pusieron sobre la mesa casos reales de estudiantes que no habían logrado encontrar una forma sencilla y eficaz de denunciar situaciones de acoso escolar, y se pidió mayor implicación por parte de universidades e institutos, aunque se tuvo en cuenta que, si no se fomenta la denuncia por parte de los acosados, estos mecanismos no podrán llegar nunca a cumplir con las esperanzas depositadas en ellos.
La mesa redonda cerró las Jornadas sobre Diversidad Sexual y de Género de la Universidad de Valladolid y puso de manifiesto la necesidad de una mayor implicación por parte de las instituciones en la lucha contra la injusticia y la intolerancia.
Claro que hay que luchar contra la homofobia y la transfobia, pero tambien contra la bifobia y cualquier otra fobia que sufra cualquier miembro del colectivo LGTBIQ y de otras sexualidades o generos no normativos
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