MATEO TRAPIELLO IZAGUIRRE  |  Fotografía: Mateo Trapiello  |

Una mañana fría en Urueña nos recibe Fidel Raso (Sestao, 1953). El renombrado fotoperiodista es desde hace algunos años habitante de la Villa del Libro, donde vive retirado de la labor informativa pero no desligado de ella. En el altillo de la librería especializada en periodismo Primera Página, que regenta desde 2015 junto a su esposa, nos ofrece asiento para responder a preguntas sobre etapas particularmente duras de su carrera que ahora, por suerte, le son lejanas, pero también para hablarnos de su vida profesional en la actualidad y para reflexionar sobre la situación del periodismo.

P: Usted empezó sus estudios de Periodismo más tarde por motivos económicos, pero ¿cómo se inició su carrera como fotoperiodista?

R: Creo que comenzó en la Transición, que a mí me pilló con veintipocos años. Aunque yo trabajaba de otra cosa, ya había hecho fotografía, tenía cierto criterio artístico, y algunos medios de comunicación me conocían. La Transición determinó todo el volumen de información que había en la calle. Pero realmente, mi paso al mundo profesional fue en los años 80, en Diario 16, un periódico que hizo mucha investigación y que ha marcado el periodismo español, con investigaciones tan importantes como la del caso GAL, el caso Roldán… Yo estuve ahí más de 10 años, haciendo información en el País Vasco, hasta el asesinato de Miguel Ángel Blanco en el 97. Después de eso me marché a Sudamérica. Esos fueron los comienzos.

P: ¿Cómo se desarrolló la actividad periodística durante los “años de plomo”, general y personalmente?

R: Para eso necesitaría hablar mucho, son cosas que hay que explicar muy bien. Para hablar de terrorismo hay que tener un especial cuidado con la información, hay que entender que es un material con muchos matices. A mí, por desgracia, me ha tocado vivir los tres terrorismos que ha sufrido España: el de ETA, el del GAL y el yihadista, porque del País Vasco pasé al norte de África, así que ha sido una constante en mi vida profesional. Fotografiar el terrorismo, aparte de ser delicado, deja huella, tanto en el cuerpo como en el alma. Durante todo el tiempo que estuve en el País Vasco, tuvieron lugar cerca de un centenar de actos terroristas que me tocó vivir: coches bomba, asesinatos, tiros en la nuca… Ser testigo profesional del terrorismo en esos escenarios francamente es terrible.

P: ¿Había, por el hecho de desarrollar vuestra labor, un peligro de represalias por parte no solo de grupos terroristas, sino también de las autoridades, por la guerra sucia que estaban llevando a cabo contra estos grupos?

R: Resumir determinadas ideas o preguntas requiere, para mí, excesiva síntesis. Tratando de responder a tu pregunta, te diría que estar allí, en la primera línea del periodismo, te da una visión fragmentada de lo que está sucediendo, confusa. Durante muchas horas vas a tener que investigar en diferentes escenarios, para complementar lo que ha pasado. Un acto terrorista arrastra mucha información, y hay que investigar detenidamente todo el desarrollo. Te conviertes en una persona que no es capaz de completar la información. Es muy difícil, y si me preguntas sobre la guerra sucia, pues imagínate. Yo he tenido la suerte de haber participado en investigaciones que se han hecho tanto a ETA como al caso GAL, participamos durante muchos meses en esas situaciones difíciles, que requerían confirmar datos que no eran fáciles de conseguir… Sería más fácil expresarme en una conferencia, porque ningún atentado terrorista es igual. Lo que es igual son los asesinos y la organización, pero cada acción es meterse en un mundo distinto.

P: ¿Cuál diría que es la mayor lección profesional que extrajo durante esos años?

R: La lección que extraes sería, inicialmente, muy sencilla: que hacer daño a personas inocentes es muy fácil. La violencia en un país, en este caso, en paz, un país democrático, ha sido absolutamente incomprensible, y a mí me generaba mucha pena; que en un país que, en teoría, estaba viviendo un proceso democrático, hubiese personas con pistolas por la calle matando personas inocentes, incluso niños, poniendo bombas lapa en los coches… Te diría eso, que matar a gente inocente es fácil, y que en muchos de estos crímenes no se ha llegado hasta el fondo, y esto no debería ser así.

Fidel Raso junto a algunos recuerdos de sus viajes./ Fotografía: Mateo Trapiello

P: Hace ya tres años de la apertura en la Villa del Libro de Urueña de su librería, Primera Página. ¿Cuál es la situación de esta librería tan especial, una de las pocas en España especializadas en periodismo?

R: Aunque está abajo la protagonista principal [su esposa, la también periodista Tamara Crespo, es la librera], sí que te podría decir que para nosotros representa una ilusión. Es un espacio que tiene todo nuestro cariño, aportamos nuestra experiencia, porque no dejamos de ser periodistas, y además los libros nos siguen aportando a nosotros. Es una maravilla estar rodeados de conocimiento en formato clásico, y en mi caso tiene un efecto colateral, porque leer más te genera más dudas; en el periodismo, ese es un valor importante. Yo solía decir, a lo largo de mi vida profesional, que es más importante dudar que estar convencido. He pasado por esa experiencia, de que todo estuviera claro, hasta que de repente te dabas cuenta de que en absoluto era así. Y comprendes que la veracidad cuesta conseguirla, y hay que ser constante, y lo que te aporta es eso: comprender que la veracidad y el conocimiento histórico nunca se tiene que dar por cerrado.

P: A este último respecto, me parece importante preguntarle por cómo ve la situación general del periodismo y la educación periodística en España.

R: Estamos viviendo un momento histórico. Eso no es nada nuevo, pero el periodismo es algo que se vive en una sociedad, con un modelo, siempre activa, abierta y cambiante. Estamos en un momento de profundos cambios, también de orden mundial, y el periodismo está viviendo dos momentos decisivos al respecto: de entrada, está habiendo un cambio de modelo social, económico, de estructura política… Encima viene añadida una tecnología desconocida hasta ahora. Si sumamos ambas cosas es normal que el periodismo esté confuso, y es normal porque lo hacen personas humanas. Hablamos de redes sociales, el nuevo periodismo… el periodismo es el de siempre, el de personas que cuentan cosas a otras personas. Y habría que añadir: cosas veraces. Todo se resume en eso: habremos pasado a otros modelos, pasarán generaciones, gente más joven, y siempre serán personas que cuentan cosas veraces a otras personas. El uso que se haga de las nuevas tecnologías será cuestión de las personas, pero la sociedad también tiene que estar vigilante, algo tiene que aportar. No tiene que ser inocente, pues también conforma el modelo de periodismo. Somos garantes de un derecho constitucional, que es el derecho a la información. Pero somos personas, y cuando lanzamos una información, la sociedad debe recogerla para asimilarla o para criticarla; pero debe ser siempre activa. Pero pasa con todo: debe ser vigilante con la educación, con una economía más repartida… Si quiere tener buenos periodistas, debe criticar lo que no es bueno y cuidar lo que sí lo es.

P: ¿Hay algo que haya aprendido de periodistas más jóvenes en todos estos años de carrera?

R: Todos hemos sido jóvenes, y en el caso de la juventud en el periodismo, lo que a mí me gusta es su ilusión y sus ganas de proyectar un futuro en una profesión tan difícil. Y eso tiene que ser constante; el periodismo es una vocación, y los jóvenes que la tienen son exigentes. Hace unos meses, en la Complutense, estábamos invitados a hablar en una conferencia sobre censura, y me dirigí a los jóvenes y les dije algo parecido a esto: “Tenéis que vigilar mucho la libertad de expresión, porque puede que seáis la última generación que tiene que acabar con la censura”. Creo que los periodistas jóvenes tienen que llevar ese estandarte. La censura siempre va a existir, pero en este momento, a nivel internacional, está llegando a niveles inquietantes. Como generación, no debéis bajar la guardia.

P: Aunque usted ya esté retirado del ejercicio periodístico, no está despegado de ella. ¿Qué futuro ve en su relación con el periodismo?

R: Yo no soy portavoz de nadie, no represento a nadie. Te decía antes que el periodismo es una vocación, y es algo muy grande. Ha habido gente que ha sufrido por defender esta profesión, por presiones del poder, económica, social, religiosa… El periodismo nunca se deja, y nunca lo voy a dejar. De momento, estoy intentando rebajar la tensión de muchos años, escribiendo alguna opinión… pero sigo vinculado al periodismo, no creo que lo haya dejado. Digamos que he salido de la calle, de una gran presión física y psicológica, para meterme en otra cosa, pero con el mismo comportamiento. Especialmente, aquí en Urueña, como lugar de mi residencia, he encontrado un magnífico sitio para encontrar algunas respuestas a preguntas que todavía siguen sin resolver. El periodismo que tú mismo has hecho también te genera dudas, porque está abierto permanentemente a todo tipo de experiencias.