ANDREA NAVARRETE DEHOLLAIN | Fotografía: Andrea Navarrete
Arranca una jornada repleta de un vasto nivel intelectual. El ojo sabe que está ante grandes, geniales escritores, y se respira un aire de conocimiento. Conocimientos que arrancan el jueves 7 y continúan el viernes 8 de abril, porque un solo día no es suficiente. De la mano de Eva Álvarez Ramos y María Martínez Deyros comienza la jornada de estudio de la Cátedra de Miguel Delibes, que se enfoca en ‘Historias mínimas: perspectivas literarias y didácticas del microrrelato’.
El hilo conductor de esta jornada era el microrrelato per se, no obstante se abarcó extensivamente más. Desde el punto de vista educativo, de temáticas y contenido, digital e incluso audiovisual, comenzaba un día de grandes exposiciones sobre un tema que parece mínimo, breve, algo puntual, pero que realmente es magnánimo en su léxico, sintaxis e incluso comprensión.
Empezaba lo que será un viaje de conocimientos el gran Vicente Luis Mora, que mostraba el concepto de creatividad estética. Para él no todo es arte. Al darse un paseo por un museo, el ojo aprecia lo que es arte y lo que, sencillamente, catalogamos como un objeto, algo material, el cual está ahí por su valor. Esto es comparable con los microrrelatos en redes sociales como Twitter, se puede escribir literatura de la misma forma que puede no hacerse.
Aparecía, de este modo, el concepto ‘tuitliteratura’ y el ponente mencionaba los tuits conscientemente creados como una obra literaria. Y por otra parte ‘tuitescritura’, que se corresponde con tuits que tienen un carácter estético, pero vacíos de contenido. No pertenecen, por tanto, a la categoría de literatura o arte. Sin embargo, estos nanorrelatos presentes en esta red social “están ahí para quedarse” por el hecho de que se asientan en un marco social.
Llegaba entonces Irene Suárez con relatos en catalán y gallego, un tema importante porque la población no presenta suficiente interés por todas las lenguas de su Estado. Tuvieron su época de oro en el siglo XX, con los primeros relatos vanguardistas. Sin embargo, con la llegada de la dictadura franquista se derrumbó este hermoso castillo, prohibiéndose estas manifestaciones culturales. Suárez se preocupa por estudiar un terreno aún desconocido, el cual necesita atención en un país donde esta lengua es sumamente demandada.
En Galicia es otro el movimiento. Castelao marca una pauta mediante un contexto más rural. Es decir que, mientras que el catalán se ubica en la capital, el gallego se relega a los pueblos. Presenta una tradición oral que se centra en la magia de un paisaje repleto de mar, marineros, campesinos y su amada tierra. Un marco que dio paso a la mesa redonda conformada por Teresa Gómez Trueba, Leticia Bustamante y Susana Bardavío.
La primera abordó de la expansión de la microficción gracias a Internet. El caso concreto: el libro de relatos, que se presenta como un producto único en el que los textos, por lo general, se leen de forma individual. Es decir, el cerebro no va a captar el mensaje entero, de forma integradora y global. Podemos tomar como referencia Los ojos de los peces, de Rubén Abella.
Prosiguió Bustamante y su ponencia de la ‘Contaminación como recurso creativo en el microrrelatos’, una aportación que ilustró con referencias de libros como Casa de muñecas, de Patricia Esteban, o Cuentos Mínimos, de Pep Bruno.
La jornada se clausuró con Bardavío y una ponencia exquisita en la que simulaba lo bueno que es el postre en la cena. La arrancó con Los niños tontos, de Ana María Matute. Esta autora parece escribir relatos infantiles, sin embargo, se trata de una máscara que esconde una fuerte crítica al sistema franquista. Presentándolo de esta forma astuta, la escritora consiguió que se publicara sin censura.
Llegó el viernes de la mano de Ana Calvo Revilla y su exposición ‘Consolidación del microrrelato en la Web. Nuevos circuitos literarios’. En ella mostró un enfoque digital de este género. Calvo explicó que la Red incorpora recursos no verbales y presenta un hipermedia donde mezcla sutilmente un texto, imagen y sonido.
El quid de la cuestión reside en que el ser humano necesita consumir la cultura; y este es uno de los usos que se le ha dado a la tecnología 2.0. Lo que sucede es que estos espacios no garantizan una identidad digital. El hecho de que plataformas como Twitter, Facebook o los mismos blogs sean espacios públicos no implica que definan las características del hipermedia. Lo que sí podemos encontrar es un número cuantioso de revistas especializadas en el género del microrrelato.
Las aplicaciones didácticas del microrrelato llegaban entonces en forma de mesa redonda. Comenzaba Eva Álvarez Ramos explicando que esta manifestación, que pertenece al cuarto género narrativo, debería aplicarse a los jóvenes y no a los más pequeños. Y es que, aunque se asemeja al cuento, no es un resumen. Algunas de sus ventajas están claras: la brevedad, el impacto que tiene en el estudiante al ser algo novedoso y la creación de expectativas motivacionales. Contribuye a satisfacer a esa generación que, en palabras de la ponente, “lo quiere todo y lo quiere ahora”.
Sara Núñez de la Fuente, por su parte, mostró cómo el microrrelato puede ser una herramienta para tener un nivel B2 en la comprensión lectora. Se trata de un proceso que se divide en tres etapas: la prelectura, donde se de ilustra al cerebro sobre el escritor y sus obras, la lectura, que profundiza en el texto en sí mismo, y la poslectura, que se encarga de la expresión y comprensión oral. Nuñez busca asociar las obras artísticas para trabajar el procesamiento de la obra, empleando, por ejemplo, una canción.
Llegó, en ese momento, a escena Belén Mateos Blanco, que informó de ‘La intertextualidad en microrrelatos como recurso didáctico de E/LE’. Iluminó a los asistentes en cuanto al valor que tiene este género en la enseñanza y sus beneficios, como, por ejemplo, sus múltiples discursos y temas, niveles y registros de la lengua.
El broche de oro del ciclo llegó con Rubén Abella. Narró cómo se topó con este género y, a su vez, el desconocimiento que tenía inicialmente de lo que escribía. Su hábito comenzó con un viaje a Cuba, lugar en el que encontró la inspiración. No solo habló de su experiencia, sino que trasladó al público a este país con una hermosa pieza audiovisual que incluía sus microrrelatos junto a fotografías y música. El ojo, oído y cerebro conectaban, atentos y motivados por este material.
Construyó, de este modo, su obra Fábulas del lagarto verde. Su exposición la abordó desde una perspectiva muy personal. Se desnudó y mostró cómo se tropieza con la ignorancia del género y lo va descubriendo a medida que lo saborea. El microrrelato no se tiene que apoyar siempre en imágenes, sin embargo, permite ilustrar mucho mejor su contenido. Es un género narrativo independiente, no un cuento comprimido. Abella no hablaba de brevedad, sino de densidad y decantación.
Para él, es algo más allá de una moda contemporánea, una literatura de segunda clase o algo fácil de escribir. Más bien le da la mano y saluda a la poesía. Será, entonces, más importante lo que se cuenta que lo que no. Entre anécdotas personales, nos encontramos con un hombre cuya escritura es tan rica como su discurso y su fotografía. Nos quedamos con su comparación: «Fotografiar es mirar, pero escribir es leer».