PAULA REBOLLO ANDRADE | Fotografía: Paula Rebollo, Canva
Al poco de conocerme, Jorge F. Niemann (Buenos Aires, Argentina) se muestra encantado al notar que todavía quedan adolescentes que no estén pegados al móvil. Así, ese hombre de 81 años y sonrisa afable se me revela como un apasionado lector, pues sostiene que los libros “abren la mente”. No en vano le duele aquella biblioteca propia, de hasta cuatrocientos volúmenes, que se vio obligado a dejar atrás. A medida que transcurran los minutos me dejará ver que ese gusto literario surge de manera autodidacta, como tantos otros aspectos que lo conforman.
El apellido Niemann proviene de las raíces suizo-alemanas de su padre. “En Alemania vendría a ser un don nadie”, me dice con humor, ya que es altamente común. Su familia goza de la riqueza que otorga la mezcolanza de culturas: a la nacionalidad de su padre se suman los orígenes andaluces de su madre y que su esposa es gallega. “Argentina es un país polifacético, ha sido una mezcla de razas”, valora. Eso no le impide ver lo que habría de mejorar la nación y critica la situación actual. “No hay quien no meta la mano en la lata”, establece de todos los políticos.
Al hablar de su país, del que lleva alejado un año, le aflora el desarraigo. “Un desgarro”, lo describe él. Con todo, trata de continuar a su manera en contacto con su tierra. La terra lontana, dice Niemann. Asimismo, le surgen los recuerdos. En especial, de su niñez en el campo, en pleno contacto con los animales, lo que le hace contar una anécdota de la infancia, cuando acudía a la escuela a caballo. Durante algún tiempo participó en carreras ecuestres en lugar de ir a clase, por lo que su profesora se personó en la casa para hablar con sus padres: “Eso es lo que tenían los maestros del campo, que presentaban una gran vocación”. De ahí en adelante, claro está, ese medio de transporte estuvo prohibido.
Jorge F. Niemann es una persona que se ha entrenado en el esfuerzo, se percibe en cuanto le pregunto por su vida profesional. De niño ya ejerció varios trabajos, pero en el último curso de la escuela decidió que “era la oportunidad de subir un escalón”. Realizar los estudios de noche le permitía trabajar por las mañanas y se dispuso a buscar empleo por iniciativa propia. “Me autoeduqué, porque encontré que el secreto era ese”, explica. Así, comenzó de cadete, repartiendo sobres en una oficina de patentes y marcas. “Le empecé a tomar interés al tema”, admite. Tiempo más tarde dirigía su propio taller gracias a la confianza que generaba en sus clientes y, ya consolidado, prosiguió en el estudio Marval O’Farrell.
Observo que la imagen habitual del inmigrante suele ser la de un hombre joven, por lo que desconozco las dificultades que Niemann ha tenido que enfrentar en su caso. Sin embargo, se muestra agradecido de la buena acogida que ha hallado en Valladolid. Entre las razones de su inmigración, además de buscar la proximidad con su familia que reside en España, se encuentra la inflación que asola Argentina. De esta forma, al llegar a Valladolid le sorprendió el uso de los céntimos. Y recuerda que su madre le decía: “Junta las moneditas, que se hacen los pesos”. En cambio, su abuelo le prevenía: “De tanto prestar atención a las moneditas vas a perder los pesos”. Quien antaño fuese un asesor de patentes se queja en varias ocasiones de su memoria, mas en realidad tiene una mente lúcida, que ha ido recuperando sus recuerdos con presteza en esta entrevista.
Tener a Niemann al frente supone toda una oportunidad. Me admiro de que este hombre risueño posea tantas inquietudes. Y es que, además de ser asesor de patentes y de propiedad intelectual y de sus otros empleos (incluido el de profesor de kárate) … lleva mucho tiempo en compañía de la escritura. De hecho, me relata que su relación con la pluma estilográfica nace en el estudio donde trabajó. Allí inició un diario que mantuvo durante bastantes años y que le propició el paso a lo literario.
Ha escrito 60 relatos, entre los que me ha brindado la lectura de dos: “El muchacho” y “La plaza”. En sus narraciones pervive la huella de sus experiencias personales, ya que este último ocurre en la Plaza de San Martín (Buenos Aires), a la que me recomienda ir y donde reparó en la presencia de una mujer con varios paquetes. La figura le sugirió toda una narración al respecto que pudo completar gracias a su imaginación. “Eso es lo bueno que tiene leer”, se ríe.
Además, sé que a esas pequeñas narraciones se suman varias novelas, dos de ellas publicadas: Y ahora, Buenos Aires y La casa del tigre. Ahora Jorge F. Niemann está tratando de publicar otro título. Cuento y novela… le pregunto por lo que le aporta cada género. “El cuento me es más fácil de escribir, para ello uno ha de tener capacidad de observación y de síntesis”, me responde sonriendo.
Me comenta que se va acostumbrando a las calles de la ciudad, manejándose progresivamente por este extraño plano urbano. De momento ya conoce las ubicaciones de lo más importante: las bibliotecas. A partir de ahí, con su gusto también por el cine (acaba mencionándome al fabuloso Gregory Peck o a Humphrey Bogart) se puede sobrevivir. Se ha apuntado a su vez a una tertulia literaria. Cuando hablamos, todavía no ha redactado nada desde su llegada, pero presiento que lo hará pronto. Cualquier mínimo detalle le sugiere un mundo a este argentino de buen corazón y de mirada observadora. Confío en que la escritura lo siga acompañando y quizás en poder encontrar alguno de los libros de Jorge F. Niemann en el escaparate de las librerías.