ALBA DACUÑA GONZÁLEZ | Fotografía: Alba Dacuña |
Como hemos podido observar durante estas semanas, no hay mes más apropiado que noviembre para aumentar la visibilización de los temas relacionados con la violencia de género. Con este motivo, se llevó a cabo el segundo día de las II Jornadas «Comunicando igualdad: violencia de género y medios de comunicación«, enfocado a las víctimas de lo conocido por nuestra protagonista como «la revolución silenciosa»: no es otra que Juana Gallego Ayala, directora del Observatorio de la Igualdad de la Universitat de Barcelona y profesora de Periodismo, presentada por la historiadora del arte María Teresa Alario. El evento, coordinado por Dunia Etura, Virginia Martín y otros miembros de la Cátedra de estudios de Género, tuvo lugar en el Salón de Actos del Museo de la UVa.
Tal y como nos cuenta María Teresa, Juana Gallego es toda una experta en esta materia. Escribió diversos artículos y libros como «Mujeres de papel», «El sexo de la noticia» u otros con títulos más tajantes como «Si te vas, te mato». Entre risas de modestia, comienza agradeciendo a los presentes y va directa al grano: «Los dos fenómenos fundamentales de la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI son el cambio experimental del rol de las mujeres en la sociedad, el cual no se ha llegado a estudiar en su debida dimensión, y la tecnología», comienza Gallego. Afirma que ella ha tenido el privilegio de trabajar con ambos ámbitos vinculados y que los medios de comunicación, incluyendo en este concepto Internet, redes sociales y lo relacionado con la comunicación digital, configuran un campo de batalla donde se gestan unas guerras que ya no se ganan en las trincheras. Por este motivo, es necesario analizar cómo se reflejan a las mujeres en ellos.
Hace especial hincapié en un cambio que se ha producido, por parte de los medios de comunicación, a la hora de tratar la representación de la violencia de género: antes se trataba de un acontecimiento puntual y normalizado, transmitido a la ciudadanía bajo la estructura de suceso, y ahora está concebido como un problema social. Esta transformación se debe no sólo por el olvido de la idea de los hombres como centro de poder, si no por las diversas reivindicaciones feministas de los años 70 y 80, que empezaron a verse reflejadas en los periódicos y cuyas integrantes llegaron a verse ridiculizadas en numerosas ocasiones.

«La legitimidad de estos pequeños movimientos llega a ser tan evidente que, a pesar del miedo hacia la palabra feminista, hoy en dia la gran mayoria de nosotras está a favor de la igualdad», aclara a continuación. Es aquí donde cobra verdadero significado aquello de «revolución silenciosa»: es una metamorfosis profunda, precisamente, porque pasa por la conciencia. La dimensión individual es una pieza clave, aunque no sea parte de un colectivo, y lo importante es que las mujeres han dejado de considerarse ciudadanas de segunda. Sin embargo, destaca que esta gran modificación no se puede aplicar tanto en el caso de los hombres. Explica que no pretende caer en generalizaciones ni en catalogar a todo hombre de machista, pero sí en la gran diferencia que hay entre cómo han sido educados para ejercer la violencia ambos géneros. Ellos llegaron incluso a tener la legitimidad y la prerrogativa para ejercerla y aunque hoy en día sea delito, el aparato simbólico formado por videoclips, series, películas… sigue reproduciendo este discurso del rol masculino tradicional.
Ya pasadas las seis de la tarde, aprovecha para recordar que aquellos poderes como la Policía, los medios de comunicación, la Iglesia, la Justicia, etc., que actualmente están cambiando a un mea culpa, en su momento han permitido la violencia y la han minimizado. Además, hace especial mención al terrible caso de Ana Ogarte como otro gran impulso hacia este paso de concepción de la violencia como cuestión privada a una extensión social.
Por otro lado, se centra en las rutinas periodísticas que han tipificado la violencia como «suceso», tal y como hemos comentado con anterioridad. Nos muestra un ejemplo ilustrado de esta tipificación mediante dos noticias, una de 1997 y otra de 2017. Ambas están encabezadas por un titular casi idéntico donde la mujer «muere apuñalada», en vez de asesinada, equiparando un asesinato a un accidente. Declara, siguiendo esta línea, que a los medios les falta un relato, una historia global que se centre más en el por qué que en el dónde, cómo, quién… Estas razones no se explican porque no saben cómo, no quieren profundizar en ellas o no las entienden. También insiste en otras formas incorrectas de tratar esta cuestión en concreto, como la tendencia de dotar de un sentido de queja o disconformidad a la palabra «reclamar», la valoración desigual que deja en segundo plano a las noticias relacionadas con víctimas y asesinadas o aquellas noticias basadas en un relato exculpatorio del presunto asesino o agresor sin contrastar.
«Los medios de comunicación están confundidos a la hora de abordar la violencia de género», señala la profesora para cerrar la conferencia. A pesar del indudable aumento de la sensibilización, todavía queda un largo camino por recorrer hacia la igualdad. Un camino que se puede ver amenazado, según Juana, por el resurgimiento de individuos que se sienten amenazados ante la rotura del antiguo equilibrio. En definitiva y antes de dar paso a la ronda de preguntas, concluye entre aplausos que «tanto hombres como medios de comunicación, entre otros, deben realizar una amplia reflexión sobre cómo dejar a un lado el papel dominante ejercido y sobre qué cometido van a jugar para llegar a la igualdad».