MARINA LAJO TRAPOTE  |  Fotografía: Marina Lajo  |

El 8 de mayo de 1453 apresaron a Don Álvaro de Luna, Valido del Rey Juan II, en la casa de Pedro de Cartagena en Burgos. Tras llegar como prisionero al castillo de Portillo, le juzgaría el tribunal nombrado por el rey Juan II de Castilla (abuelo de Isabel La Católica) en Fuensalida. Sin embargo, no respetaron las reglas ni los procedimientos judiciales de la época. Le sentenciaron a ser degollado públicamente por tiranía, usurpación de la corona y enriquecimiento personal. A mayores le confiscaron todos sus bienes.

El punto de partida de todo esto fue la conjura de un grupo de nobles contra él por hallarse desconformes con su forma de gobierno. Definitivamente, consiguieron que perdiera todo el poder que el Rey había depositado en él. El 22 de junio de 1453 una comitiva de soldados y franciscanos, al mando don Diego de Zúñiga, escoltaron, de manera discreta, al Valido desde su prisión en el castillo de Portillo hasta Valladolid. Durante el camino, conoció la sentencia de mano del fraile Alonso de Espina. La aceptó con resignación y pidió al fraile que no se apartara de su lado.

Una vez en Valladolid, le condujeron a la residencia de Don Alonso Pérez de Vivero, Ministro del Rey y Contador Mayor del Reino. Hay que señalar que el 30 de marzo de ese mismo año Don Álvaro de Luna había ordenado matarle en su propio palacio. Al llegar, le recibieron con insultos y amenazas por parte de la viuda y los criados del ex Ministro del Rey. Por este motivo, optaron por conducirle a la casa de los Zúñiga, también denominada casa de los condes de Buendía.

La Casa de los Zúñiga o casa de los condes de Buendía | Fotógrafa: Marina Lajo

Aquella noche, un amplio zaguán vigilaba las entradas y salidas. Muy de madrugada, el reo hizo confesión, oyó misa y comulgó acompañado de su paje Morales. A continuación, solicitó un plato de cerezas y un vaso de vino como última voluntad.

En torno a las nueve de la mañana, Don Álvaro de Luna, cubierto con una capa negra y a lomos de una mula, fue conducido por las calles de Valladolid hacia el patíbulo. Durante el trayecto, pararon varias veces para realizar el Pregón de las Siete Palabras. Es decir, un pregonero iba ‘gritando’ la sentencia. Las historias cuentan que el pregonero, en una de las paradas, se equivocó y dijo ‘servicio a la Corona’, en lugar de ‘deservicio’. Don Álvaro de Luna contestó: ‘Bien dices hijo, por los servicios me pagan así. Más merezco’.

Argolla calle Platería enfrente de la plaza del Ochavo | Fotógrafa: Marina Lajo

De Luna recorrió las calles de Francos (Juan Mambrilla), Esgueva, Angustias, Cañuelo, Cantarranas (Macías Picavea) y Costanilla (Platerías). Finalmente, el trayecto finalizó en la plaza del Ochavo, junto a la Plaza del Mercado (Plaza Mayor), donde se había colocado un tablado con una cruz, dos teas a los lados, una alfombra en el suelo y un madero con un garfio a lo alto. Don Álvaro de Luna, que durante tanto tiempo había gozado de los favores del Rey, ahora estaba condenado y eso levantó la expectación de la población.

Cuando subió al tablado, se dirigió a su paje Morales y el entregó su sombrero y el anillo diciéndole: ‘Esto es el postrero que te puedo dar’. El paje no pudo contener el llanto que conmovió a todos los presentes.

Parroquia de San Andrés | Fotógrafa: Marina Lajo

Antes de su ejecución, De Luna expresó: ‘Después de yo muerto, del cuerpo haz a tu voluntad, que al varón fuerte ni la muerte puede ser afrentosa, ni antes de tiempo y sazón al que tantas honras ha alcanzado’. Según la leyenda, fue decapitado justo después para luego exponer su cabeza en público.

Como era costumbre junto al tablado se colocó una bandeja de plata para recoger limosna para su entierro. Como era previsible, se llenó de monedas. El cuerpo fue trasladado en unas andas por los frailes de la Misericordia hasta la iglesia de San Andrés. En aquel momento, era una ermita situada a extramuros de la ciudad donde se daba enterramiento a las personas ajusticiadas y malhechores.

Dibujo del convento de San Francisco en la calle de San Francisco salida calle Cebadería | Fotógrafa: Marina Lajo

Dos meses después, el cuerpo fue trasladado en solemne procesión, junto a la asistencia del Rey y caballeros, hasta el convento de San Francisco (en la actual Plaza Mayor). Pero, tiempo después don Juan de Zerezuela, hermano del Valido, trasladó los restos a la capilla que fundó el Condestable en la Catedral de Toledo. Allí descansa junto a su segunda mujer, Doña Juana de Pimentel, llamada ‘la Triste Condesa’ desde la ejecución de su marido.

Es cierto que confiscaron todos sus bienes, pero se logró conservar las posesiones que Doña Juana de Pimentel llevó como dote. Entre ella se incluía la villa abulense de Arenas y su castillo.

Se cuenta que el Rey Juan II de Castilla enfermó poco después de la ejecución. Algo qué según algunas historias fue a causa del remordimiento. Tuvo un carácter melancólico y ausente hasta su fallecimiento un año después.

Es cierto que todo esto es una leyenda y, en consecuencia, ninguno de los acontecimientos es real. Don Álvaro de Luna fue asesinado en la Plaza Mayor y nunca se llegó a exponer su cabeza en público, a pesar de que lo pidió. Por ello, todo lo contado anteriormente solo son habladurías de los vallisoletanos. La teoría más viable sobre la presencia de estas cadenas no es tan tétrica. En esta calle estaba asentado uno de los gremios más prósperos, el de los plateros. Su poder alcanzó tal nivel que se les concedió la regalía de, literalmente, poder cerrar la calle al paso de las autoridades cuando estuviesen en persecución de quien allí se refugiase de noche.

Calle Platerías / Fotógrafa: Marina Lajo
Argolla que limita la calle platerías en el cruce con la calle Macías Picavea / Fotógrafa: Marina Lajo

 

 

 

 

 

 

 

Otras leyendas de Valladolid