SOFIA LÓPEZ DÍAZ  |  Fotografía: Ainhoa de la Huerga  |

¿Cuando los hechos se vuelven aburridos y no esenciales para nuestra sociedad, qué debe contar el periodista? Los comunicadores profesionales se ven cada vez más presionados por el impacto y alcance que tendrán sus historias. Pero esta imposición no es la justificación para crear la realidad, como en el caso de Relotius, que abusó de la seducción narrativa, sesgó la verdad y burló a la revista Der Spiegel, uno de los pilares del periodismo europeo.

Der Spiegel, ‘El Espejo’ en alemán, fue fundada por Rudolf Agustein el 4 de enero de 1497 en Hamburgo. Se caracteriza por sus reportajes, en los que destapan múltiples escándalos, de tono serio y académico. Tiene gran influencia social y política desde hace más de 70 años. Su imagen se reforzó tras el llamado ‘escándalo Spiegel’. Varios de sus periodistas, incluyendo el director del semanario, fueron arrestados y encarcelados por criticar al Gobierno.

Desde entonces, la revista ha sido un referente, no solo para Alemania, sino para el periodismo europeo y de investigación. Siempre con sus reportajes de denuncia y su compromiso con la democracia. Pero después de años de prestigio y de respeto entre la prensa, hace menos de dos años que la revista sufrió su peor escándalo. Esta vez eran ellos los que debían dar explicaciones a sus lectores.

Claas Relotius, un hombre de plantilla de la revista desde hacía unos años, fue cuatro veces ganador del gran premio del periodismo alemán. Además, fue reconocido por la CNN como el periodista del año en 2018, pero resulto ser todo un fraude. Publicó más de 60 artículos en esta revista, que ahora contienen un aviso advirtiendo de que pueden ser ficticios.

El periodista español Juan Moreno, que colabora con la revista alemana, fue quien descubrió el fraude de la estrella del periodismo alemán.  Este realizaba en conjunto un reportaje con Relotius titulado ‘La frontera de Jaeger’, acerca de los migrantes de México que partían a Estados Unidos. Moreno se dio cuenta, tras la primera entrega del borrador, de que muchos datos no coincidían. Además, el personaje principal del reportaje, un miliciano estadounidense, se parecía mucho a una historia que había publicado The New York Times, sobre Tim Foley un veterano de la milicia.

Con tantas alarmas a la vista, los redactores y comprobadores de datos fueron engañados por las maravillosas y llamativas historias que traía Relotius. Unas historias que todo el mundo quería leer.

Después de que todas sus falacias se expusieran y la Redacción de Der Spiegel se diera cuenta de las incongruencias, de los personajes ficticios y la falta de veracidad en sus historias, el joven periodista no tuvo otra opción que aceptar su engaño. Lo único que faltaba por saber era el motivo de su plan. No quería ni ganar fama, ni anular los mecanismos de calidad de la empresa, sino que fue su ‘miedo al fracaso’, según cuenta en un comunicado que presentaron sus abogados a la revista. A medida que alcanzo el éxito, aumentó la presión en él por traer historias cada vez más seductoras.

El caso Relotiuos ha vuelto a desatar un debate sobre el futuro de la profesión. Esta vez, con el impacto de la era de las fake news y las ansías por lograr una mayor audiencia, sacrificando la verdad y dejándola de un lado. El periodismo no es arte ni ficción, es un servicio público. Un profesional no debe hacer historias convencedoras y perfectas. El periodista se debe a la verdad y a la solidez de sus historias. El periodista se documenta, informa y cuestiona todo y a todos.