ALICIA GALLEGO MENÉNDEZ | Fotografía: Pixabay |
Dentro de la profesión periodística a menudo aparecen dificultades como no saber bien cómo actuar en determinadas situaciones o contextos. Un claro ejemplo es la duda sobre el trato con personas que han sido víctimas de una guerra. ¿Se debe tener algún cuidado especial? ¿Cuál es la mejor manera de tratarlas?
Lo primero que hay que saber, y recordar, a la hora de tratar con estas personas, es que ser víctima de guerra no es lo mismo que ser un personaje público, y tampoco tienen por qué querer serlo. Es más, seguramente les resulte más comprometido que agradable el hecho de compartir su experiencia y contar su historia delante de las cámaras y los micrófonos. Las víctimas de guerra tienen derecho a desear conservar su intimidad. Ellos no han elegido pasar a formar parte de un conflicto bélico, de un acontecimiento de alto interés público: es algo que les ha tocado vivir aleatoriamente, no voluntariamente.
La intimidad de dichas personas, por tanto, debe estar ampliamente protegida. Los periodistas deberán tener especial cuidado a la hora de hacer intromisiones o preguntas que puedan traspasar su intimidad, barrera que –entre otras cosas– diferencia a las víctimas de las personas públicas.
Todo buen periodista debe ser plenamente consciente de las diferentes culturas que existen en el mundo si quiere ser capaz de tratar a personas que provengan de alguna de ellas. Y una diferente cultura conlleva a una diferente forma de pensar, de ver la sociedad, de entender el comportamiento humano. ¿Qué quiere decir esto? Que, si la víctima de guerra es, además, perteneciente a otra cultura o de una minoría étnica, debemos respetar lo que ella considere como su intimidad, y no lo que nosotros creamos.
¿Qué ocurre si las fuentes tienen testimonios dispares? En este caso las fuentes son las víctimas de guerra, y van a narrar la historia desde su experiencia personal, pues es lo único que tienen y también es lo que se les está pidiendo. Por tanto, es completamente normal que sus testimonios sean diferentes, e incluso que puedan llegar a ser contrarios o contradictorios. Es por eso que el contraste de las fuentes juega un papel fundamental en el periodismo. Si se elige una voz para contarlo todo, tan sólo tendríamos una opinión, un punto de vista.
No se puede crear una información verídica y objetiva con una sola voz, tienen que tenerse en cuenta todas ellas, sin exclusión. Para formular una verdad histórica común y colectiva, contar con las personas que se nieguen a aportar un testimonio porque les parezca que quebranta su umbral de intimidad, o por el motivo que sea. Ellas también nos están comunicando algo, aunque sea de forma no verbal. La riqueza reside en la diversidad y la pluralidad, ya sea de opiniones, de culturas, de historias.
Otro aspecto que no se puede olvidar a la hora de, por ejemplo, hacer una entrevista a estas personas; es que las víctimas de guerra son ellos, y somos nosotros los que debemos realizar la función de adaptación para hacer que se sientan cómodos y dispuestos a entablar una comunicación. Es muy importante crear un ambiente de cercanía. Es mucho más fácil contarle una historia a un amigo cercano que contar la misma historia delante de una cámara sabiendo que podrá llegar a miles de personas. Ellos saben que el periodista no es su amigo, pero se sentirán más cómodos hablando con alguien que se muestre cercano que con alguien distante y rígido que no muestre mayor interés que el estrictamente profesional.
Por último, se debe tener siempre presente la función o el objetivo que se quiere cumplir cuando se cubre una noticia como puede ser los estragos de una guerra. Además de lo puramente informativo, se pretenderá crear una respuesta del lector o del oyente, un feedback del público, una sensibilización. Pero nunca cayendo en la tentación de buscar el sensacionalismo, el morbo. Las víctimas de guerra son personas y tienen derecho a preservar, como ya hemos dicho, tanto su intimidad, como su imagen, y también su dignidad.