SANDRA FERNÁNDEZ LOMBARDÍA | Fotografía: Sandra Fernández |
Catorce kilómetros son los que nos separan de África. Catorce kilómetros, las ganas de bailar y una piel que rezuma arte por los cuatro costados. La Universidad de Valladolid y el Museo de Arte Africano Arrellano Alonso han traído cinco trozos de este continente en forma de películas, enmarcadas en el ciclo de cine ‘Un viaje a la creación africana: miradas desde el continente’, que durante los días 13, 14 y 15 de abril se propuso mostrarnos parte de la magia que se esconde detrás del estrecho.
La primera jornada se empeñó en mezclar el agua con el aceite, y acertó. El primer documental, Las estatuas también mueren, de Chris Marker y Alain Resnais, habla del maravilloso arte africano y sus esculturas, cuya significación y simbolismo merecen viajar mucho más allá de una simple vitrina de museo. Este documental realiza una crítica atroz hacia el colonialismo y esa actitud occidental que ve el arte africano como una simple herramienta que les proporcione entretenimiento durante un rato. La narración de la obra lo deja claro: «Cuando los hombres están muertos, entran en la historia. Cuando las estatuas están muertas, entran en el arte. Esta botánica de la muerte, es lo que nosotros llamamos la cultura”. Todo el documental hacía que Ángel González me recitase a gritos en la cabeza Mensaje a las estatuas, el primer poema que memoricé en el instituto sin que ningún profesor me obligase. Las estatuas también mueren, sí, pero nosotros antes.
El segundo documental hizo que Ángel se callase. La Dolce Vita africana, de Cosima Espender, muestra la vida de Malick Sidibe, el conocido fotógrafo maliense. Durante toda su trayectoria realizó tantas fotografías como pudo. Toda la zona de Soloba le considera un hijo pródigo porque gracias a él la pequeña villa es conocida en el mundo entero. Malick fotografió, especialmente, las fiestas a las que asistía cuando era más joven y sus amigos bailaban y posaban sin vergüenza. La juventud se ha ido, pero las fotos siguen guardadas en cientos de cajas y durante todo el documental sus compañeros recuerdan a su lado todas las aventuras que vivieron juntos. Es un documental alegre cargado de melancolía, es imposible mirar fotos de tiempos mejores sin que una parte de ti se mire en el espejo y no se reconozca. Tan solo dos días después de ver esta película leí en la prensa que el fotógrafo acababa de fallecer. Ángel González se puso a gritar de nuevo.
La tarde del jueves fue especial. La tarde del jueves conocimos a Nora. En Valladolid llovía a cántaros y todos teníamos el abrigo empapado, pero Nora llevaba un vestido naranja y no tenía frío… y bailaba. Bailaba cuando se sentía diferente y después de que el hijo del obispo estuviese a punto de matarla, bailaba cuando se había quedado embarazada del amor de su vida y había decidido no casarse y huir, Nora bailaba y se escapaba de lo que parecía ser su destino o su condena y bailando llegaba a Nueva York y no volvía, porque su casa estaba donde marcaban su pasos. Después de ver a la bailarina de Alla Kovgan, todos los que habíamos entrando en la sala con el abrigo empapado dejamos de tener frío. Yo quise comprarme un vestido de color naranja.
Después de decirle adiós a Nora llegó Katy Lena con Esperando a los hombres. Oulata es una ciudad roja oculta en una esquina de Mauritania. Allí, tres mujeres esperaban a sus maridos mientras decoraban las paredes de la ciudad al estilo tradicional y hablaban, con la libertad que a día de hoy todavía se les niega, de las diferencias que les separan de sus esposos. Resultaba curioso verlas tan tapadas y tímidas, tan resignadas a que su vida dependiese de la opinión de un hombre desde el momento en que ponen un pie en el mundo. Nora les podría enseñar a bailar. Pero estas tres mujeres eran fuertes, se ganaban la vida a su manera porque sabían que sus maridos, muchos de ellos jornaleros, podrían tardar meses en volver y necesitaban salir adelante si su ayuda. Pero cuando regresasen, y sin duda lo harían, sus vidas volverían a pertenecerles a ellos. De ahí que yo siguiese pensando en comprarme un vestido naranja que me enseñase a no esperar. Estuve a punto de volver a tener frío.
El viernes vino vestido de traje y corbata. En Brazaville, es domingo. En la capital de la República del Congo vive la S.A.P.E. (Société des Ambianceurs et des Personnes Élégantes), un grupo de hombres que reivindican la vida urbana, la elegancia y la honra de Yves Saint Laurent, fundador de su sociedad. Reivindican la elegancia como una forma de vida y de ver el mundo. Resulta extraño ver cómo pasean por la República del Congo, vestidos de etiqueta, por las calles de una ciudad pobre en la que algunos deciden pasar hambre para comprarse una nueva corbata. Pero su alegría de vivir se contagia, desprenden un aire de felicidad que no se puede explicar, como si una enfermedad de colores vivos hubiese contagiado a parte de la población congoleña, a toda África. Tanto color me hizo recordar a Nora y no querer volver a casa.