HELENA MASEDO  |  Fotografía: Pixabay

Los viajes se han consolidado como una nueva forma de ocio en los últimos años. Factores como el creciente interés cultural, el rápido acceso a medios de transporte y la ruptura con la rutina incentivan este deseo. A todo ello, se le suman programas como ERAMUS+, que coordinan planes presuntamente económicos dirigidos en exclusiva a estudiantes.

Sin embargo, y aunque los índices de movilidad europeos continúan en aumento, la cuestión es otra: ¿hasta qué punto es accesible esta práctica? ¿Y hasta qué punto es viajar cada vez más caro?

Desde el punto de vista monetario, existen destinos flexibles. El desajuste económico es susceptible de producirse en contextos similares, si bien es posible reducir su impacto. Así, muchas familias optan por organizar vacaciones y desplazamientos breves. Otras, sugieren ubicaciones próximas. Y, por ejemplo, entre los estudiantes es cada vez más habitual no extender sus ERASMUS+ más de un año, aunque muchos optan por reducir su experiencia a tres meses. El motivo, en este contexto, son las diferentes ayudas económicas. 

Esta limitación de tiempo, a pesar de la financiación externa, subraya que la auténtica barrera no es solo el coste inicial del billete o el alojamiento, sino el sostenimiento diario de la vida lejos del hogar.

Gonzalo Bernardos, experto en economía y viajes, aconseja no endeudarse para viajar, priorizar el ahorro y la gestión del presupuesto personal. Como bien se mencionaba al inicio del artículo, los destinos son múltiples. El problema, al menos actualmente, es la ignorancia humana, y también el fenómeno del «postureo».

Las redes sociales visibilizan todo tipo de entornos. Entre sus múltiples funciones, permiten promocionar viajes, destinos o actividades. El riesgo que incluyen, sin embargo, produce fraudes potenciales y una idealización de los destinos más populares. Tanto es así que este constante bombardeo visual crea una falsa necesidad de visitar lugares «posteables», lo que a menudo eleva los precios de estos puntos turísticos y desvía la atención de alternativas más asequibles.

El viaje consciente debe ser la respuesta. La sociedad debe instruirse en una ética y creencias distintas, de modo que se centre en la experiencia personal y enriquecedora, y no en la fotografía perfecta que valide socialmente un viaje. Solo de esta forma se logrará una verdadera accesibilidad del ocio y la cultura de la movilidad.