ALEJANDRO DÍEZ GARCÍA | Fotografía: PickPic
Desde 2019, cientos de canciones se han hecho virales en TikTok gracias a retos y trends. Old Town Road, Runaway, Wait a Minute… Puede que estos títulos no te suenen, pero si escuchases los estribillos, no tardarías ni dos segundos en reconocerlos. Este fenómeno no solo ha marcado un cambio en la música, sino que evidencia el nuevo paradigma del arte en la era digital: la inmediatez manda y las redes sociales dictan las reglas del juego.
Hoy resulta imposible (o muy improbable) que una canción tenga un gran éxito sin la bendición del algoritmo. Artistas y discográficas han comprendido que una canción ya no necesita una gran historia, sino 15 segundos pegadizos que puedan bailarse en bucle. Los estribillos son más cortos, las intros desaparecen, y las canciones apenas superan los dos minutos y medio. ¿Es esto evolución creativa o banalización artística?
Y, al igual que ha sucedido con la música, la literatura está cambiando. En TikTok triunfan las recomendaciones de libros superlativos, aquellos que provocan las reacciones más exageradas: el más triste, el más divertido, el más impactante… Se buscan historias de consumo rápido, de lectura fácil, con giros constantes que eviten cualquier atisbo de aburrimiento. La inteligencia artificial también ha irrumpido en este sector: muchos autores han sido acusados de usarla en la redacción de sus novelas y en el diseño de sus portadas.
Han pasado varias décadas desde que Andy Warhol sentenció que, en el futuro, todos tendríamos nuestros 15 minutos de fama. TikTok ha reducido ese tiempo a 15 segundos. La democratización del arte es innegable: cualquier persona puede volverse viral y alcanzar audiencias globales. Pero, al mismo tiempo, el algoritmo ha convertido la creatividad en un mercado ultracompetitivo donde lo que no engancha en segundos desaparece.
Avanzamos, ergo reaccionamos. El pulso entre la democratización cultural y la homogeneización absoluta del arte está en su punto más álgido. ¿Es posible resistirse a esta lógica? ¿Podemos seguir creando arte que desafíe, que exija tiempo y reflexión? O, como en TikTok, ¿todo se reducirá a un scroll infinito de contenido efímero?