CELIA GALLEGO ALEJANDRO | Fotografía: Pixabay |
«No creo que los libros desaparezcan, pero sí que se reduzca tanto el público lector que los libros sean algo absolutamente marginal. Si ese proceso no se detiene el resultado será trágico» Vargas Llosa, 2015. Desde aquel preciso instante, la venta de libros en España no ha hecho más que crecer, llegando a verse un aumento de casi el 3% desde 2013 según apuntaba la Federación de Editores en el pasado 2017.
La desaparición del libro de papel es un tema recurrente en los últimos años. Se lleva anunciando su entierro desde la venta del primer e-book. Sin embargo hay pocos datos que parezcan sustentar esta afirmación. El número de lectores aumenta, así como la venta de libros y las nuevas generaciones compran más papel que sus predecesoras. Quizá el problema esté en la diferencia entre bienes sustitutivos y bienes complementarios. Cuando se empezaron a popularizar las televisiones domésticas, no tardaron en salir profetas pronosticando el fin del cine. A pesar de ello, hoy en día ambos medios perduran y se complementan. Tampoco se vio el fin de los periódicos con la aparición de la radio. Por el contrario, el cine moderno sí hizo desaparecer a los actores de barrio. Una de las diferencias principales entre estas dos clases de bienes reside en que los primeros cumplen exactamente la misma función, mientras que los segundos pueden convivir.
Ahora, las preguntas que surgen son: ¿Van a ser todas las funciones de los libros tradicionales absorbidas por los medios digitales? ¿Busca lo mismo el lector que compra la edición ilustrada por Errata Naturae del “Pensamientos para mi mismo” que el internauta que se descarga el último número de la JotDown para leer en su tablet en el AVE Madrid-Valencia? Si la respuesta es sí, entonces desde luego. El libro en papel posiblemente esté simplemente viviendo un pequeño repunte antes de desaparecer, esforzándose para que los historiadores del futuro puedan hablar de “La última etapa del libro de papel”.
Pero también existe la opción contraria. Que aquel que compre un libro en su librería favorita lo haga porque le guste tener una biblioteca bonita y personal, y que aquél que pierda una tarde entera ‘pateando’ una ciudad en busca del libro adecuado que regalar a alguien especial lo haga porque sabe que cada vez que lo vea, se acordarán de él. Y esto no tiene nada que ver con llevar en la tablet el último libro de John Katzenbach en el viaje de fin de semana. Tiene que ver con ir a pasar una tarde familiar al cine y que tus hijos guarden las entradas de su película favorita, pudiendo verla desde casa. Si se busca lo mismo cuando se hace scroll por las redes sociales que cuando se relee por tercera vez El Aleph, entonces sí, el libro de papel sólo será un recuerdo para nuestros nietos. Pero si no es así, nuestros nietos podrán desmantelar nuestra biblioteca para construir la suya a su manera, en lugar de mirarlo con extrañeza.