PATRICIA FERNÁNDEZ SACRISTÁN | Fotografía: Marina Lajo |
A lo largo de los últimos años la cultura del odio se ha generalizado, y su expansión se ha amparado en el derecho a la libertad de expresión. Algunos de estos mensajes ya los hemos integrado en las expresiones y esto supone un grave problema, pues su identificación nos es cada vez más difícil.
Para la Comunidad Científica Internacional, los discursos del odio se refieren a todo tipo de mensaje transmitido de forma oral, escrita o audiovisual, por cualquier medio de comunicación o Internet, cuyo fin principal es resaltar cierta actitud de dominio de uno sobre otro, y, de esta manera, silenciar a determinados grupos sociales. El problema radica en que estos discursos ya no se limitan a espacios físicos, sino que han migrado a la red de las redes: Internet. La extensión de este medio ha potenciado su alcance e influencia, de tal forma que esta misma se convierte en ilimitada.
Aunque las redes sociales también se configuran como potentes herramientas que han abierto infinidad de posibilidades en cuanto a participación ciudadana, la libertad que se infunde en ellas también trae consigo riesgos y amenazas. Pero, ¿por qué el odio se extiende tan rápido en las redes? Al igual que cualquier otra herramienta comunicativa, las plataformas virtuales presentan una serie de características que las convierten en un campo abierto para la difusión de este tipo de comentarios. En este sentido, es importante recordar que, aunque determinados mensajes hagan más ruido no significa que tengan razón.
https://twitter.com/nolesdescasito/status/1376929964214210560?s=20
En primer lugar, el sesgo cognitivo hace que le demos más importancia a aquellos mensajes que se percibimos como un riesgo para la supervivencia. En segundo lugar, la existencia de perfiles falsos en forma de trols y bots que replican estos mensajes. En tercer lugar, la construcción de las fake news que convierten una información de prejuicios pasados y olvidados en información nueva que genera más clicks. Por último, el propio diseño de las redes que a través de sus algoritmos impulsan aquellos mensajes que fomentan la polarización y los sentimientos extremos, ya que son los que atrapan a un mayor número de usuarios.
Por ejemplo, tal y como recogen en @nolesdescasito, el algoritmo de Twitter funciona de tal manera que ‘cada vez que interactúas con sus cuentas, les respondes, usas sus hashtags o escribes sus nombres’ ese mensaje pasa a ser considerado relevante y, por lo tanto, mostrado a más personas. En este sentido, un simple retweet puede convertir un mensaje en viral.
Desde que se interactúa por primera vez en una red social, el usuario se convierte en un nuevo perfil vulnerable para el resto de internautas. Identificar mensajes que perpetúan el odio contra los demás puede resultar fácil, pero… ¿Qué hacer si el discurso del odio se dirige hacia uno mismo?
En primer lugar, la mayoría de redes sociales permiten dos opciones para evitar todo tipo de interacción con ese usuario. Posibilitan a la víctima bloquearle, de tal manera que el trol no pueda seguirla, leer sus tweets o contestarle, pero sí tiene conocimiento de que le ha bloqueado. O puede silenciarle, permitiéndole las funcionalidades de un seguidor normal, pero evita leer sus tweets.
Siguiendo con el ejemplo de Twitter, @nolesdescasito recoge en su página web una serie de trucos aplicables a la configuración de Twitter para evitar que la cultura del odio protagonice el Timeline de Twitter y que su algoritmo decida las preferencias de contenido.
En el caso en el que el ataque sobrepase los límites personales y se convierta en una barbaridad, es recomendable no darle visibilidad o relevancia ni darle autoridad. En muchas ocasiones se trata de gustos o prejuicios que no se pueden rebatir con la razón.