ANTONIO RUBIO MARTÍNEZ  |  Fotografía: Pixabay  |

La mayor parte de los estudiantes que estamos estudiando un Grado universitario o superior, lo hacemos tras haber estado unos doce años como mínimo haciéndolo de forma presencial. Esto significa llevar mucho tiempo asistiendo a clases en un aula, acompañados por nuestros compañeros y con un horario definido y principalmente inflexible. Significa también que una gran parte de nuestras vidas ha estado destinada a nuestra educación.

Para un estudiante, al menos para la mayoría, la idea principal de educación que se le viene a la mente es la de estar en un aula escuchando al profesor. El alumno atiende a la explicación desde su mesa, en su aula y en su centro. A menudo esta rutina se hacía difícil de seguir y muchos imaginaban poder estudiar desde la comodidad de su casa.

El 14 de marzo, el Gobierno declaraba oficialmente el estado de alarma por el COVID-19. Esto implicaba un confinamiento de la población. Algo que muchos jamás hubieran imaginado que fuese a ocurrir en su vida. Previamente se habían decretado algunas medidas preventivas, como el cierre de los centros de enseñanza. En el caso de la Universidad de Valladolid, las clases fueron suspendidas dos días antes, el 12 de marzo.

Los deseos de no ir a clase se ha hecho realidad. Los alumnos y los profesores se han visto obligados a seguir el curso desde casa, optando por la enseñanza online. La idea de no tener que acudir al centro para asistir a las clases parecía prometer. Estudiantes y docentes podían conectarse a través de la pantalla del ordenador, aprovechando los avances tecnológicos de los que disponemos. Muchos afirmaban que este modelo de trabajo desde casa, en algunos casos, podría haber venido para quedarse.

Pero, aunque estamos en una era en la que la tecnología punta parece estar al alcance de todos, esto no siempre es así. No todas las familias son iguales, ni tienen la misma situación económicas. Muchas no tienen recursos para que sus hijos accedan a las clases online. Por eso, han surgido incontables iniciativas y ayudas para poner a disposición de estas familias los materiales necesarios, aunque no siempre sea fácil.

Otro problema al que nos enfrentamos durante la cuarentena es al de las clases particulares. Muchos estudiantes necesitan clases de apoyo y esto, a menudo, supone otro problema de logística para los docentes y los hogares. También han surgido numerosas iniciativas por parte los alumnos de todo el mundo, que trabajan para hacer más amena la espera.

Fuera del ámbito puramente académico, nos encontramos el factor psicológico de estar confinados en casa. La cuarentena, en muchos casos, tiene un gran impacto negativo sobre la salud mental, sobre todo a largo plazo. Las personas pueden llegar a sentir confusión, rabia y estrés. Para ello es muy beneficioso y recomendable mantenerse informado, ocupado y con una rutina y horarios marcados.

La sensación más destacable del comienzo de lo que se venía era la incertidumbre. Muchos estudiantes se encontraban en un momento decisivo en educación. Algunos estaban cerca de la EBAU, muy temida por los recién salidos de Bachillerato y que todos los años crea polémica. Otros no sabían que iba a pasar con sus prácticas en empresas. Algo que siempre viene bien de cara al futuro profesional. Por otro lado, están los que se encuentran en su último año de formación, la etapa final y una de las más importantes. Tanto los que se preparan para la selectividad, como los que preparan su TFG, TFM o exámenes finales estaban confusos.

Pasados más de cuarenta días de enseñanza online, las caras han cambiado notablemente. Muchas de las cuestiones han sido solucionadas, pero todavía quedan muchas y de gran importancia que parecen no estarlo. Tanto profesores como alumnos se han dado cuenta de que la utopía de tener clase sin salir de casa todavía es un boceto. Este sistema ha protagonizado numerosas quejas, dolores de cabeza e incluso Trending Topics en Twitter.

Todavía no estamos preparados para esto. El uso de la tecnología enfocada íntegramente a dar clases ha tenido que ser improvisado y las decisiones, tomadas de forma rápida. Esto ha provocado que el sistema no funcione tan bien como muchos imaginaban o, al menos, que no se ponga en correcto funcionamiento con la rapidez necesaria.

Con el paso de los días y de las jornadas lectivas, los alumnos y profesores se acostumbran a las clases online, a las videoconferencias y a los exámenes en el ordenador. Todos sabemos que es una situación difícil. Por eso es importante hacer un ejercicio de empatía antes de buscar y juzgar a los culpables de los problemas. Las cosas podrían hacerse mejor, pero todo el mundo lo está intentando dentro de sus posibilidades y capacidades. Por eso debemos valorar lo que tenemos.