Rob tiene 39 años y es periodista. Ahora mismo está trabajando como asesor de prensa en una fundación. Hasta hace aproximadamente seis meses, ocupaba un puesto en la redacción de una pequeña cabecera californiana que tuvo que abandonar porque no llegaba a fin de mes. Uno de los artículos que firmó cuando aún estaba en sus filas, sobre la corrupción de una escuela del distrito, le hizo ganar el premio de periodismo más prestigioso a nivel mundial.
Aunque podría parecer el argumento de una de tantas películas que copan las carteleras de los cines de nuestra ciudad –o de cualquier otra-, se trata de hechos reales. Pongamos nombres propios a la historia: Rob Kuznia se hace junto a dos compañeros con el Premio Pulitzer 2015 en la categoría ‘Local Reporting’ por una investigación sobre la Valley Union High School que vio la luz hace poco más de un año en el Daily Breeze. Nada más conocerse el fallo del jurado, un titular da la vuelta al mundo: ‘El último premio Pulitzer dejó el Periodismo porque no podía pagar el alquiler‘. El siguiente paso sería pensar que se trata de una anécdota con gancho para conseguir que el lector no abandone las líneas que siguen, pero la cruda realidad es que este no es un caso aislado.
Elsa González, presidenta de la FAPE (Federación de Asociaciones de la Prensa de España), declaró en 2012 que “el periodismo español” vivía “su peor momento laboral”. Desde entonces, sin embargo, las cosas no parecen haber mejorado mucho.
En diciembre del pasado año, la APM (Asociación de la Prensa de Madrid) publicó el Informe Anual de la Profesión Periodística 2014. Por primera vez desde el comienzo de la crisis, “la pérdida de empleo ha parado” -indicaba Carmen del Riego, presidenta de la APM-, aunque sin esconder que la situación es peor para las mujeres, que suman el 64% de los periodistas desempleados, y para aquellos que buscan su primer trabajo en el sector. En este contexto, las cifras no dan tregua y, según revelaba El País a finales de 2013, 284 medios han desaparecido desde 2008 con la consiguiente destrucción de casi 11.000 puestos de trabajo en ese periodo.
En cualquier caso, para hablar de precariedad, paro y horarios infames no hace falta ‘cruzar el charco’, ni siquiera salir de la ciudad. Mónica Melero Lázaro llegó a las aulas de la Universidad de Valladolid para conquistar un sueño: ser periodista. “Nunca me planteé otra cosa porque esto es lo que me gusta”, comenta. Tras licenciarse en 2012, decidió volver a apostar por el oficio: cambió la capital del Pisuerga por la de España y se especializó en el entorno digital con el Máster Universitario en Periodismo Multimedia Profesional (Universidad Complutense de Madrid). Dos años más tarde y a pocos días de que finalice su actual contrato, no sabe muy bien qué va a hacer en los próximos meses.
A Melero no se le puede acusar de no intentarlo. Después de haber pasado por La 8 de Valladolid, Onda Expansiva, Centro Buendía (UVa), Agencia EFE y Revista Deporte del Noroeste de Madrid con contratos de prácticas nada o mal remuneradas, le costó cerca de un año –con cursos para desempleados y sus respectivas prácticas laborales entre medias- encontrar una silla en Diario de Valladolid El Mundo. “A mí me contrató el Ecyl, no la empresa, y con ese contrato no puedo estar más de nueve meses. Si la empresa quisiera podría seguir aquí, pero, al estar mal económicamente, me voy a la calle”, explica.
La joven licenciada sigue buscando empleo, “como siempre”, pero no cree que acabe viviendo de aquello para lo que estudió porque “nunca llegan ofertas de esto y, cuando llegan, es para que trabajes gratis”. Aun así, ella tiene claro que lo va a seguir intentando, que esa es la única forma de llegar a conseguirlo: “Yo voy a seguir actualizando mis blogs [A pie de calle y El baúl de las lecturas] y haciendo cursos. No me cierro puertas”, asegura.
Es el caso de Mónica, aunque también el de muchas de las 2.000 personas que anualmente se titulan en Periodismo en nuestro país (además de aquellos que lo hacen en Comunicación Audiovisual). Las que llegan a alcanzar lo que parece ser ‘El Dorado’ de nuestros días, se topan con horarios interminables, escasez de medios y plantillas cada vez más reducidas que se enfrentan a un torrente informativo que, desde la llegada de Internet, no ha hecho sino incrementarse.
Los medios locales y regionales son los que más sufren la crisis. Si charlas con cualquier periodista de tu ciudad, municipio o provincia, probablemente te hablará de los EREs, la violación de los convenios colectivos, el aumento y mutiplicidad de tareas, la ampliación de las jornadas (sin su justo reflejo en la nómina) y la imprevisibilidad de los horarios.
La injerencia política, con la consecuente disyuntiva ética que supone, tampoco se queda al margen de la actualidad más cercana. Al menos, así lo indicaba Óscar Villarroel, jefe de Informativos de La 8 de Valladolid, en una entrevista concedida el año pasado a El Tintero, la revista digital de la APV (Asociación de la Prensa de Valladolid), donde afirmó que “todos los políticos con cierta capacidad de mando presionan a los medios, y los que digan que no mienten”.
Sea como sea, esta influencia política parece estar asimilada por el conjunto de la sociedad. Desde las más que cuestionables reformas del régimen de administración de la Corporación de Radiotelevisión Española a los sospechosos movimientos en las plantillas de medios privados, como los dos cambios en su dirección que El Mundo ha vivido en poco más de un año (con la marcha, primero, de Pedro J. Ramírez y, más tarde, de Casimiro García-Abadillo) o el nada claro cese de Jesús Cintora en ‘Las mañanas de cuatro’.
La que parece desdibujarse más es la económica y, si no, que se lo pregunten a Pascual Serrano, autor de Traficantes de información: la historia oculta de los medios de comunicación españoles. En el documental Una mosca en una botella de Coca-Cola, relata las dificultades que tuvo para encontrar una editorial que publicara su texto. “Cuando el libro llegó no al editor, que es el que valoraba el contenido, sino a los accionistas, ellos optaron por decirme que no se publicaba; que me lo pagaban, pero que no lo publicaban”, admite.
Este control que el poder económico mantiene sobre los medios de comunicación, derivado fundamentalmente de la propiedad de su accionariado, forma parte ya de la tradición de otros lugares. Paradigma de ello es el ascenso de figuras políticas como Berlusconi (propietario del grupo Mediaset) en Italia o de Sarah Palin y Rick Santorum (erigidos por el grupo de Robert Murdoch) en Estados Unidos.
El fenómeno, por supuesto, también existe en nuestro país, aunque quizás de forma menos evidente. Las grandes empresas del IBEX 35, presentes en los consejos de administración de los grandes grupos de comunicación, se han visto claramente desfavorecidas por las políticas de expropiación y nacionalización de las democracias populares de América Latina. Ahora solo queda plantearnos: ¿qué visión se da de estos regímenes en nuestros medios? Juan Carlos Monedero, escritor y politólogo, lo explica (también en el citado documental) de este modo: “Cuando un país decide tomar medidas en beneficio de su colectivo, lo señalan como un país dictatorial porque está señalando al corazón de esas empresas, que son un negocio particular pero nos lo presentan como un interés de todos los españoles”.
A este peligro se suma lo que Olga Rodríguez define en el documental Los ojos de la guerra como “uniformidad en la mirada”. A saber: dos grandes agencias informativas internacionales que deciden qué y cómo se va a ver.
La caída en picado del número de corresponsales y enviados especiales a zonas de conflicto refuerza esta información viciada. Para Mayte Carrasco, “el reporterismo está herido de muerte”. ¿Cuál es el peligro fundamental de que consolide esta tendencia? El fundido negro informativo, algo que ya ha ocurrido en el conflicto sirio o que pudimos comprobar en las horas previas al derrocamiento de la estatua de Sadam Husein, en la Guerra de Irak.
Fue precisamente este momento uno de los que han marcado el devenir de la figura del periodista en los conflictos armados. El 8 de abril de 2003, Bagdad presenció en un pequeño lapso de tiempo el ataque del ejército norteamericano a las sedes de Al-Jazeera y Abu Dhabi TV y al Hotel Palestina, cuartel general de la prensa internacional que cubría el conflicto. La muerte de varios periodistas (entre ellos, el cámara de Telecinco José Couso) otorgó a las tropas de Bush unas horas sin cámaras antes de uno de los mayores actos de propaganda del siglo XXI: la ya mencionada caída de la efigie de Husein. Mónica Gracía Prieto ya advertía en el documental Hotel Palestina del peligro que suponía la impunidad de la milicia estadounidense como precedente.
Los últimos datos parecen avalar su opinión. El barómetro de Reporteros Sin Fronteras contabiliza 24 reporteros muertos en lo que va de 2015, a los que hay que sumar los 158 periodistas, 13 colaboradores y 176 internautas encarcelados.
Recordemos en esta resaca del Día Mundial de la Libertad de Prensa que defenderla no se limita a citar a Kapuscinski, alabar el Watergate o visionar The Newsroom; es exigir un periodismo honesto, reflexivo y veraz, es apoyar y exigir la formación de los profesionales, es secundarlos en sus luchas y en sus comienzos y es, aunque sea muy de vez en cuando, pagar un euro y medio por un periódico.
Texto: Patricia Luceño
Fotografías: Pixabay
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