BEATRIZ CASTAÑEDA ALLER | Fotografía: Beatriz Castañeda |
Una infinita marea verde destaca desde los aviones a la llegada a Colombia. Bajo las más variopintas palmeras y las enormes extensiones amazónicas se esconde una tierra sin labrar, en un país donde el Estado mantiene olvidadas a las masas campesinas. Evoca un conflicto que obligó a miles de agricultores a huir hacia las ciudades, donde se han venido congregando en las mal dotadas comunas del extrarradio. Sin agua corriente, sin luz, sin campo y con el desconcierto de quien navega entre edificios con los dedos callosos de labrar la tierra. Ahora, desde un entorno al que no pertenecen, luchan por recuperar su medio de vida.
En la ciudad de Medellín, el Jardín Botánico es, al igual que el campesinado, el pulmón que alimenta a la población. Bajo su vegetación, Laureano Gómez, Carlos Páez, John Jairo y Junior Ebraín especulan acerca de los distintos tipos de palmeras que nos cobijan. En su sabiduría se aloja la complejidad de la biodiversidad colombiana. “Nosotros llevamos más de 10 años en espera, comisión para acá, visitas para allá, y no nos entregan la tierra”, denuncia Laureano Gómez con expresividad transparente y bajo un enorme sombrero voltiao. Este campesino, cuyo nombre coincide, paradojas de la historia, con uno de los mayores líderes fascistas de Colombia, aún recuerda los momentos previos al conflicto, cuando comenzó a construirse su finca. “Al llegar a esa tierra no había rico por allí, empresario tampoco, y nos metimos ahí a trabajar con nuestros esfuerzos, a pulso” remarca, no sin la indignación de afirmar que jamás contaron con la ayuda del Estado, quien “establemente ha estado lejos del campesino”. Fue años más tarde, con el conflicto entre las guerrillas y el Estado en su máximo desarrollo, cuando él y su familia se vieron obligados a huir de este terreno. “Cuando ya estábamos disfrutando de las tierras de nuestro trabajo, ahí llegaron los paramilitares. Ellos llegaban a la región y le decían a los campesinos: ‘esta finca la necesitamos’ y uno decía ‘pero yo no la estoy vendiendo’, y entonces respondían ‘ah bueno, si usted no la vende, la viuda la vende’”, las palabras de Laureano Gómez se interrumpen por un hondo silencio mientras una iguana asciende por el árbol en el que se apoya, “entonces yo me dije que mejor me iba, aun vendiendo mi finca por cualquier chichiua”.
“Yo nunca renuncié y creo que nunca voy a renunciar”, afirma con rotundidad Jonh Jario, “desde que tenga fuerzas para continuar ahí voy a estar presente”. Frente al lago del Jardín Botánico, Carlos Páez narra con seriedad, desde la mirada de un líder de restitución de tierras, cómo lucharon desde un primer momento por recuperar sus terrenos y, con ellos, su garantía de vida. “En el año 2005 surge la desmovilización de los paramilitares y por allá, en algún pedacito, decía que los campesinos que hubieran perdido sus tierras por motivos del conflicto podían volver a ellas. Entonces comenzamos a hacer gestiones para ver cómo podíamos retornar otra vez allá”, resume. Lo cierto es que, más de 13 años después, un tiempo cargado de reivindicaciones y burocracias, el Estado no ha sido capaz de devolverles los terrenos que les corresponden legítimamente y se han visto obligados a ocuparlos a la fuerza. Gracias a la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras muchos están retornando, pero es más complejo en zonas estratégicas como el Urabá antioqueño, lugar de origen de estos cuatro campesinos, donde “se han apoderado de las tierras los empresarios”, tal y como afirma Laureano Gómez, “y el campesino esta allá arrumado aguantando hambre y sufriendo”. Sin embargo, Junior Ebraín lo tiene claro: jamás dejará de luchar por sus derechos. “A mí me acusó una persona de que yo no era campesino porque defendía mis intereses y los de los demás”, cuenta Junior Ebraín con una sonrisa irónica, “y entonces yo le pregunté, ¿y quién es el campesino para usted? ¿Aquel a quien se le montan encima y agacha la cabeza? No, usted está muy equivocado”.
En Bogotá, bajo el tradicional cielo nublado de la capital colombiana, las discusiones sobre el asunto de la propiedad de la tierra adquieren otros matices. En el seno del Congreso Colombiano, Carlos Pachón, miembro del partido MAIS (Movimiento Alternativo Indígena y Social) hace destacar su ruana en la Cámara de Representantes. “El problema de la tierra no ha sido solo el causante del conflicto armado en Colombia, ha sido el causante de las guerras en el mundo”, afirma. Según él, han sido las distintas políticas que vienen desarrollándose desde el año 91 las que “han obligado al campesino a que hoy cultive coca, a que tome un arma, a que se vaya de su tierra”. El líder agricultor argumenta esto basándose en la ausencia en Colombia de una política agraria, un sistema de mercado agropecuario o de vías terciarias que permitan a al campesinado comerciar sus cosechas, así como tampoco existe un proyecto de cooperativismo. Denuncia que el proceso de restitución de tierras apenas se ha cumplido en un 9% y que “construir la paz es dar condiciones para el campo colombiano”. En esto coincide Roy Barreras, uno de los negociadores del Acuerdo de Paz con las FARC, quien afirma que “todavía hoy hay siete millones de campesinos que no son dueños ni siquiera del metro cuadrado de tierra que pisan”. A este respecto, Barreras dice estar preocupado por las reformas que el actual gobierno plantea a la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras, que son “propuestas de extrema-derecha que van en contra de las víctimas”.
Avanzando por los pasillos internos del Congreso llegamos a las salas del Senado de la República de Colombia. Allí, las butacas del gobierno están llenas de miembros del partido Centro Democrático, encabezado por el actual presidente, que parecen corroborar estas acusaciones. Es el caso de la senadora Paloma Valencia, quien dice no coincidir con esta versión de la historia. “Si usted mira cuánto produce el sector agropecuario en Colombia es menos del 7% del PIB y la pobreza en Colombia es del 60%, luego usted con el 7% del PIB no podría sacar de la pobreza al 60% de la población”, arguye. Afirma que el problema tiene más relación con una falta de competencia y oportunidades en Colombia y opina que la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras “ha generado un caos en todo el tema de la propiedad en Colombia”. A este respecto, Santiago Valencia, senador por el mismo partido, afirma incluso que “Colombia se va a enfrentar a condenas internacionales graves porque a poseedores de buena fe se les está despojando de su tierra y el Estado se está convirtiendo en un nuevo despojador, generando así semillas de nueva violencia”. Las miradas rurales no se despegan de las posibles consecuencias de estas medidas, que dificultarían su retorno al campo y la recuperación de su modo de subsistencia. Mientras, sectores de la oposición como Antonio Sanguino, senador por el partido Alianza Verde, afirman que lucharán para que “no se produzcan decisiones legislativas ilegales que estén en contravía del acuerdo de paz”. Jorge Rojas, miembro del partido Colombia Humana, coincide con esto al afirmar que “las grandes luchas sociales que se avecinan en Colombia otra vez van a estar asociadas a la tierra. Se acabó el conflicto armado pero el conflicto social por la tenencia de la tierra sigue vigente”.
De cualquier forma, más allá de las discusiones políticas que se den en la capital, la tranquilidad y la seguridad por fin habitan en municipios como San Carlos o Granada. Estos dos pueblos colombianos, antes dominados por la violencia y las amenazas, se han convertido ahora en un remanso de paz al que una gran cantidad de campesinos está logrando retornar. Este es el caso de María Genoveva Gutiérrez, una anciana que ahora puede dedicarse al cultivo de plantas medicinales en su finca. “Yo me siento feliz en la casa, mi casa es un ranchito”, afirma, “ahorita me hicieron casa nueva y estoy feliz”. Es gracias al trabajo de distintas organizaciones que luchan por el derecho del campesinado a volver a su tierra que muchos están logrando retornar. Entre ellas se encuentra la Fundación Forjando Futuros, quien, respaldada por la Asamblea de Cooperación por la Paz, apoya a quienes fueron despojados y “los hace recuperar la fe en que sí se puede, que hay forma de recuperar lo que algún día fue nuestro”, tal y como afirma Carlos Alberto Aristizábal. Si las nuevas reformas promovidas por el partido en el gobierno jamás llegan a efectuarse, desde el espacio aéreo colombiano cada día podrán observarse nuevas tierras labradas por campesinos en libertad.