PATRICIA FERNÁNDEZ SACRISTÁN | Fotografía: Patricia Fernández |
El COVID-19 ha supuesto una disrupción en todos los ámbitos de la sociedad, y su incidencia ha llegado a afectar hasta el cuarto poder: la prensa. El periodismo se ha visto infectado en todas sus dinámicas, desde el acceso a la información o la interpretación de los datos hasta llegar a la propia autocensura.
Desde el inicio de la pandemia, los periodistas han tenido que reinventar su trabajo ante la saturación del tema en los medios. La ‘infodemia’ o sobreabundancia de información se comportó como un lastre en el desarrollo de su profesión. La saturación del tema en los medios era percibida por los ciudadanos. Ante ello, cada periodista debía luchar por distinguirse de los demás ante una misma información.
Los periodistas se listaron tanto en un desafío de enfoques, como en un exceso general de opiniones, ante la ansiedad de datos. La presión sobre los medios y sobre la comunidad científica, así como la genuina intención de compartir con rapidez aquello que pudiera ser conocimiento útil. Llevó a muchos periodistas a difundir pre-prints o documentos sin revisión previa que en ocasiones restaron su credibilidad. La inmediatez se convirtió en un arma de doble filo ante una sociedad que se hace muchas preguntas.
Por un lado, el medio que proporcionase antes una información en materia de exclusividad encumbraría una revolución en su número de lectores. Pero, por otro lado, la falta de tiempo y de recursos para preparar un análisis en profundidad podría suponer la difusión de conclusiones defectuosas o la propagación de información falsa.
En este sentido, al igual que en cualquier otro contexto, cobra especial importancia el contraste y la verificación de los datos. El problema es que los periodistas se han topado con dos grandes dificultades en esta cobertura mediática sin precedentes.
El primero de ellos, las trabas de acceso a la información. Por un lado, los medios perdieron importancia a la hora de recabar información, ya que dejaron de desarrollarse ruedas de prensa y las informaciones eran publicadas en las propias páginas web de las instituciones. Por otro lado, la dificultad de recoger historias ciudadanas cuando el miedo al contagio y a contagiar parece prevalecer ante la necesidad de acudir al lugar de los hechos. Ahora, parece que la profesión se desarrolla en tiempos de conflictos armados, pues quien decide salir en un reportaje también se enfrenta a un riesgo.
El segundo de ellos, la lucha por la figura del experto en dos sentidos. Por un lado, los periodistas necesitan evidenciar científicamente sus informaciones, ya que las voces expertas sientan la frontera entre la opinión política y la evidencia científica. Por otro lado, estos mismos carecen de la capacidad para evaluar los artículos e interpretar correctamente los datos. De ahí la necesidad de los expertos como protagonistas fundamentales de sus entrevistas, reportajes o artículos.
Ahora más que nunca, es importante recalcar el valor primordial del periodismo como herramienta vehicular que conecta a los ciudadanos con la realidad. Su deber es transmitir las informaciones esenciales, que en este caso se refieren a que conviene hacer. Por ejemplo, cómo cuidarse, qué precauciones se deben tomar, qué se permite y qué no, qué avances científicos hay…
Dicen que para que algo funcione se necesitan dos puntos como actores y en este caso, el periodismo no puede funcionar sin los ciudadanos. Así que, hay que impedir que el periodismo necesite vacuna.