SANDRA SORIA ALONSO | Fotografía: Sandra Soria |
La hostelería vuelve a abrir sus puertas en Valladolid. Las restricciones derivadas de la pandemia sacudieron la ciudad en noviembre. La mascarilla se ha convertido en el complemento indispensable para el atuendo de estas fiestas. Al mismo tiempo, las calles estuvieron repletas de gente por la decoración navideña, mientras los restaurantes y los bares permanecieron cerrados durante semanas. Muchos locales para no volver a abrir. Los repartidores de comida a domicilio siguen siendo los reyes de la ciudad. Mientras las colas interminables esperan su turno para recoger los pedidos. Cuando el reloj marca las 22:00, la actividad toca su fin y las calles se quedan desiertas.
El 6 de noviembre, la Junta de Castilla y León ordenó el cierre de la hostelería como medida para frenar los contagios por coronavirus. «La Sepia» fue uno de los muchos perjudicados.
Otros bares como el «10y10» también estuvieron de luto. Las cadenas recubrieron las mesas de la terraza en la Plaza de la Universidad. Esta calle, famosa por sus bares y repleta de gente un día cualquiera, se tornó vacía y silenciosa en la oscuridad.
Las cervezas también echaron el cierre en tiempos difíciles. «El Manjarrés» colgó su cartel de «CERRADO» en la Plaza Santa Cruz.
A grandes problemas, grandes soluciones. La mítica chocolatería «El Castillo» permaneció abierta para los amantes del dulce. Las colas recorrieron la calle Montero Calvo para recoger su chocolate con churros para llevar.
Algunos clientes, como los de la cafetería «Sesentta», buscaron un hueco donde convertir cualquier mesa o socavón en un lugar idóneo para tomar un café caliente. Aunque las terrazas no estuvieran habilitadas, con distancia de seguridad cualquier lugar era bueno para disfrutar de una charla.
Una gran cantidad de personas salió en grupos reducidos a pasear por la Plaza Mayor de Valladolid y ver la iluminación de Navidad. Los fines de semana se formaron grandes aglomeraciones de gente en el centro de la ciudad.
El uso de la mascarilla se ha convertido en los últimos meses en la pieza clave de la «nueva normalidad». Ahora lo extraño es cruzarse con alguien por la calle que no la lleve puesta.
La Policía Municipal vigila el cumplimiento de las medidas sanitarias. En la calle Santiago, este coche patrulla la zona centro en las horas de mayor aglomeración de gente. Sobre todo en lo correspondiente al respeto de la distancia de seguridad.
Entre los efectos de la pandemia, también se encuentran algunos puntos positivos. Uno de los más importantes es el aumento del número de repartidores de comida a domicilio. Este puesto de trabajo se ha transformado en un aspecto vital en medio de la inestabilidad económica de los restaurantes.
Otros empleos no han corrido la misma suerte. Muchos locales en Valladolid han sellado sus puertas para no volver a abrir. La fuerte presión económica y la incertidumbre acerca del futuro han colgado el cartel de «SE VENDE».
El cierre perimetral de la Comunidad castellanoleonesa ha frenado bruscamente los movimientos entre comunidades. Los viajes en la estación de trenes son escasos y normalmente justificados por motivos de trabajo.
Con el toque de queda y pasadas las 22:00 horas, las calles se dibujan completamente vacías. El silencio protagoniza la calle Mantería un sábado por la noche.
La hostelería ha vuelto a abrir sus puertas en el puente de la Constitución. Únicamente están habilitadas las terrazas. Sin embargo, el frío no supone un impedimento para los vallisoletanos, que salieron este puente abrigados y dispuestos a sentarse en las mesas de «La Tramoya».