Antonio G. Encinas, apología del periodismo local

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Taller de Antonio G. Encinas
Taller de Antonio G. Encinas
CLARA NUÑO GÓMEZ  |  Fotografías: Patricia Luceño  |

Ese día llegaron todos tarde. Habían quedado a la hora del café, pero ésta ya quedaba lejana para cuando consiguieron reunirse en un mismo aula. Era pequeña y oscura, un proyector blanco pendía del techo y una mesa, sobre el estrado, hacía las veces de soporte para un enorme ordenador viejo. Suficiente para los allí presentes. Él subió con seguridad a la tarima, había sido profesor hace unos años. Ahora periodista a tiempo completo. Antonio G. Encinas, jefe de Local y Provincia de El Norte de Castilla durante dos años, se reunía con los redactores de Inform@UVa para contarles los secretos a voces de un oficio de zorros una tarde de mayo pasada por agua.

No era muy alto. Llevaba el pelo oscuro atado en una coleta a ras de nuca. Una barba poblada, gafas de montura fina y una sudadera hippie completaban su atuendo. Probablemente no fuera la figura de “jefe” que hubieran imaginado la mayoría de redactores en un primer momento.

Fue al grano, sin florituras. El lenguaje políticamente correcto lo había dejado en casa. En seguida se ganó a su público, que reía cautivado por el sarcasmo guasón. “Como habréis podido suponer, trabajando en un sitio como Zamora, Segovia o Valladolid no se descubre todos los días el caso Watergate, pero oye, se pueden hacer cosas. Más de las que os imagináis”.

El periodismo, para él, siempre ha sido un oficio maravilloso. Con la pega de que, viviendo de él, uno no puede permitirse viajar en Ferrari. “A no ser que seas Juan Luis Cebrián”, matizaba socarronamente mientras, con el proyector desplegado, mostraba una fotografía suya en un flamante auto rojo de esta marca, la única vez que lo tuvo bajo sus posaderas. Para una foto.

"No todo es el Watergate", expuso Encinas
«No todo es el Watergate», expuso Encinas

Además de limitar los modelos de coches a elegir, el periodismo también se cuela por todos los resquicios de las vidas de aquellos que se atreven a ejercerlo. “La redacción es nuestro ecosistema donde vivimos y nos reproducimos. Porque un periodista sólo se enrolla con periodistas”, afirmaba categórico ante las miradas divertidas clavadas en él. “Somos muy pesados chicos. Solo hablamos de periodismo. A todas horas”.

Y entonces habló de ella. De cómo, coqueta, se deja encontrar: “La noticia surge cuando más puede tocar los huevos”. Lo dijo tan rotundamente que parecía una verdad universal, irrebatible.

Y les habló de las suyas. De la vida más allá de Spotlight o Wikileaks. De la vida del redactor local en una ciudad de provincias. Reportajes que cambiaron pequeñas cosas. Como uno sobre la ley de aparcamientos de Valladolid, motivado por “el puñetero aparcamiento de Portugalete”, que, votado como el más odiado por los lectores de «El Norte», tuvo su momento de fama. O aquel sobre la fachada de la Universidad de Valladolid, a la que se le caía el muro a pedazos. Dos años de seguimiento hasta que la Facultad de Derecho recuperó su brillo. Dos años que agudizaron su ingenio, pues había un pequeño inconveniente: “La protagonista era una puñetera fachada. No podíamos sacar siempre la misma foto, había que buscar elementos novedosos, como explicar cada vez una cosa diferente. Así descubrimos qué significaba cada figura y se lo descubrimos también a la gente de la calle, que pasa todos los días por delante sin tener ni idea”.

Otras veces es el tema el que surge ante ellos, como el caso de Macrolibros. Una fábrica emplazada frente a la redacción de El Norte de Castilla –exactamente a cincuenta metros– de la que ninguno tenía la menor idea sobre qué hacía, además de imprimir libros, hasta lo de aquel incendio. Un fuego que arrasó con el empleo de 150 personas.

Al cubrir lo ocurrido mediante exhaustivos reportajes, dando voz y rostro a cada uno de los casos, el periódico consiguió que la cuidad y políticos provinciales se volcaran en la reconstrucción de la empresa. “Esto lo conseguimos empatizando con el lector. A veces hay que pasarse por el forro las cinco “W”. Hay que escribir con las tripas, que quien lo lea llore”.

antonio G. Encinas abordó el reportaje sobre el incendio de la imprenta Macrolibros. Fotografía: P. Luceño
Antonio G. Encinas abordó el reportaje sobre el incendio de la imprenta Macrolibros. Fotografía: P. Luceño

Tras una ronda de cafés e intercambio de impresiones entre dos generaciones separadas por la rápida evolución tecnológica, volvió a la carga: “De vez en cuando, ¡muy de vez en cuando!, uno tiene la oportunidad de elaborar una pieza en condiciones, sin que el tiempo corra en tu contra”. Este es el caso de un reportaje en profundidad que realizó sobre la Copa de la Liga, el único título que ostenta el Real Valladolid y que duró tan sólo cuatro años. Una odisea en la búsqueda de la plantilla del Pucela de entonces, repartida por media España, para, cámara en mano, reconstruir el partido que hizo brillar por una vez al equipo vallisoletano.

Se reservó para el final su ópera prima, por la que le concedieron el Premio Francisco de Cossío el año que no tuvo remuneración económica, según apuntó riendo. Un reportaje titulado “Alemania llama a los nietos de Pepe” en el que se reflejaban las historias de los nuevos emigrantes a tierras germanas.

Un hombre afable, sencillo, que quizá convenciera a alguno de los jóvenes aspirantes a Bernstein o Woodward de que el periodismo local también tiene sus hallazgos.

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